Diez tesis sobre las convulsiones en curso en Oriente Medio
Diez tesis sobre las convulsiones en curso en Oriente Medio
El Lato Cattivo
Traducción: Traductoras comunistas, fracción mexicana
La ofensiva lanzada por Hamas contra el
territorio israelí el 7 de octubre de 2023 y sus consecuencias inmediatas
representan, a nuestro juicio, un giro importante en la evolución económica,
política y militar de Oriente Próximo. No escribimos estas palabras a la
ligera, con indiferencia ante el sufrimiento de las víctimas y sus familias, o
peor aún, con simpatía por el uso de la violencia indiscriminada contra civiles; simplemente, creemos que cualquier análisis de
los hechos debe abstraer estos aspectos si se quiere evaluar adecuadamente su significado. No
es posible privilegiar la interpretación estrictamente local de los hechos en
detrimento de la internacional, o viceversa. Es necesario perseguir ambas. Este
puñado de tesis no es más que un primer intento.
II.
El ataque polifacético lanzado por Hamas
debe, en primer lugar, «situarse en su contexto», es decir, en la situación geoeconómica
actual. En términos muy generales, hay que situarlo en la fase de crisis de la
globalización, en un momento en el que empiezan a perfilarse con mayor claridad
proyectos capitalistas opuestos a un mundo
posglobalizado (¿desglobalizado?). Más concretamente, debe verse en el contexto
del reposicionamiento de los principales actores de Medio
Oriente en relación con la confrontación global entre Estados Unidos y
China.
III.
En primer lugar, hay que considerar los procesos de integración regional promovidos
por Estados Unidos (más recientemente con los Acuerdos de Abraham), que han
puesto en la agenda la normalización definitiva de las relaciones económicas y
diplomáticas entre Israel y una serie de países árabes del Norte de África,
Oriente Próximo y Oriente Medio, entre los que destacan los Emiratos Árabes
Unidos. Con los atentados de la semana pasada, Hamás indicó claramente la
siguiente alternativa: o esta normalización incluye la cuestión palestina y
acepta su representación en la mesa de negociaciones, o tendrá que pasar por
encima de los cadáveres de 5 millones de palestinos.
La dinámica de los Acuerdos de Abraham es contrarrestada
por los esfuerzos chinos -obviamente inaceptables
para Israel- por descongelar las relaciones entre el bloque comúnmente
identificado como «chiita»
(Irán-Líbano-Siria-Irak) y el llamado bloque «sunita».
Hamas proporciona la coartada perfecta para
que Arabia Saudí no firme los Acuerdos de Abraham, confirmando así su alejamiento (¿momentáneo?)
con Washington. La diplomacia china lo agradece.
IV.
Una vez comprendida la gravedad de este momento histórico desde el punto de
vista palestino, no es necesario detenerse excesivamente en las distinciones
entre Hamas y los palestinos en general. El
hecho de que el atentado haya sido «impuesto» al conjunto de la población
palestina, en primer lugar a la población de Gaza, que
ella sea «rehén» de Hamas, no
significa más que la siguiente banalidad: los pueblos hacen historia en
condiciones que no pueden permitirse el lujo de elegir. El hecho político
fundamental es que Hamas, en Gaza como en
Cisjordania, se ha convertido ahora en el único actor político de envergadura, a pesar de su falta de
reconocimiento internacional, mientras que la autoridad
palestina, aunque sigue al mando, está ahora
condenada a la insignificancia.
V.
Al desencadenar una violencia sin precedentes contra la población civil israelí
y arrastrar a Israel a una guerra total, Hamas
revela de hecho los límites (la imposibilidad) de un enfoque puramente
represivo o militar de la cuestión palestina. Para Israel, «erradicar Hamas» no significa simplemente enviar tropas a
Gaza en el marco de una operación militar técnicamente ardua y de resultados
inciertos, significa exponerse a la
probabilidad de disturbios masivos en Cisjordania y a la apertura de otro
frente militar en la frontera con Líbano (Hezbollah).
La magnitud de una confrontación de este tipo plantearía
a cada componente de la heterogénea estructura social israelí el dilema
existencial de «morir o no por Israel». Quienes conocen el estado real del país
saben que la respuesta dista hoy de estar ganada de
antemano. Puede que fuera así en 1967 o 1973, pero no hoy. ¿Está
realmente dispuesta a morir por su patria la
juventud burguesa-bohemia, los bobos asquenazíes con doble
pasaporte, para la cual Tel Aviv no es más que otra capital del entretenimiento entre otras? ¿Están dispuestos a
morir por Israel los judíos rusoparlantes que apenas hablan hebreo, los jaredíes quienes viven
de las subvenciones estatales, exentos además
del servicio militar obligatorio, los árabes israelíes que siguen siendo
tratados como ciudadanos de segunda clase? Esta es la cuestión fundamental que
pone de relieve la perspectiva de un conflicto militar a gran escala.
VI.
La política de Israel tras los acuerdos de Oslo (1993) es incomprensible si no
se tiene en cuenta la multiplicidad de las «tribus de Israel» (cf. la revista
«Limes»), así como el carácter inacabado y todavía en curso de la construcción nacional de
Israel. Esta política no fue el resultado de un capricho político del Likud, ni
de pequeñas razones contables que un burdo materialismo bastaría para revelar. La
expulsión de la mano de obra palestina de los territorios
de la economía israelí, el apoyo tácito o
explícito a los nuevos asentamientos de colonos,
el desmembramiento administrativo de Cisjordania, etc., prometían garantizar la
cohesión interna alimentando el factor externo de conflicto. Pero esto
presuponía que el conflicto se mantendría
dentro de los límites de una guerra de baja
intensidad y de proporciones manejables. En este,
como en otros aspectos, el atentado de Hamas
reorganiza radicalmente las cartas sobre la mesa. De poco o
nada sirven los debates y reconstrucciones a posteriori para determinar
hasta qué punto el ataque de Hamas fue
realmente inesperado, hasta qué punto fallaron los servicios de inteligencia, en qué medida se ignoraron las advertencias
dirigidas a las altas esferas del poder político, etc. De hecho, si hasta hace
una semana la cuestión palestina parecía esfumarse,
era porque Israel parecía haber ganado en todos los aspectos. Si la imagen del
poder israelí parece ahora seriamente mermada, ello no depende del suceso en sí
mismo ni de ningún aspecto particular (número de víctimas, tiempo de reacción
del ejército, etc.), sino de las grietas que puede estar cavando en la sociedad
israelí.
VII.
Tariq Ali se equivoca (véase el blog de la New
Left Review, 7 de octubre de 2023), y con él gran parte de la intelectualidad
de izquierda, al creer que la existencia de Israel, por el mero hecho de ser
«un Estado nuclear, sobrearmado por Estados Unidos», no está en entredicho.
Detrás de la amenaza fantasmática e
ideologizada de estar rodeado por el «Eje de la Resistencia», existe la amenaza
real de que Israel ya no sea capaz de producir la cohesión interna necesaria
para proyectarse hacia el exterior. En otras palabras, a pesar del notable
desarrollo económico y tecnológico que ha alcanzado, es
la amenaza de verse reducido a la condición de un Estado fallido más, entre otros, de Oriente
Medio-Próximo, una yuxtaposición amorfa de grupos étnicos y clanes
periódicamente al borde de la guerra civil.
VIII.
Comparada con semejante yuxtaposición, la situación de los palestinos es de lo más desesperada, no
obstante presenta una extraordinaria homogeneidad nacional, producto precisamente de setenta años de
conflicto con Israel. La nación palestina, de ser
una pálida invención del colonialismo británico como
lo fue en la época del Mandato Británico,
incluso tras la Nakba, quizá sólo ahora ha alcanzado el estatus de nación
histórica en el verdadero sentido de la palabra. En cualquier caso, lo es mucho
más que en la década de 1970 durante la edad de oro del tercermundismo de antaño. El propio éxito del atentado de Hamas lo demuestra. No se trata de hacer apología, sino de medir su alcance más allá
de sus aspectos más espectaculares y macabros, es decir, de captar su nivel de
organización, su complejidad, su determinación, que poco tienen que ver con los
atentados de Al Qaeda o del Estado Islámico con los que se les ha comparado en
los grandes medios de comunicación.
IX.
Al igual que en el resto del mundo árabe, en Palestina el auge del islam político ha sido un declive pequeñoburgués
de la crisis del nacionalismo laico y socialista, incluso
de la crisis de la nación árabe, a menudo alentada y fomentada por sus más feroces adversarios locales
e internacionales. No obstante, la trayectoria de las fuerzas islamistas
siempre ha estado determinada por los contextos específicos en los que han
arraigado, a saber, en el contexto
palestino, el movimiento plebeyo de «resistencia» contra Israel. Para Hamas, apoyarse
en este movimiento, dar una salida política a los levantamientos (primera y
segunda Intifadas) y lograr al menos una solución provisional a la cuestión
palestina son pasos obligados hacia la realización de los intereses de clase a
medio plazo que lo sostienen como fuerza política: la promoción de la lumpen-pequeña-burguesía de Gaza al estatus de
burguesía palestina sin más, intérprete potencial de una reactivación de las
relaciones capitalistas en un perímetro relativamente pequeño, pero densamente
poblado por una mano de obra joven y educada. La trayectoria política de Hamas se articula
con la trayectoría social del proletariado
palestino, para el cual «Israel» es cada vez
menos un capital-empleador y cada vez más una simple fuerza represiva y
militar.
X.
Esto nos lleva de nuevo al dilema imposible al que se enfrenta Israel: entrar
en Gaza, pero ¿para hacer qué? En otros tiempos y
bajo otras circunstancias, Israel podría haber convertido a los
palestinos en una de sus «tribus». Hoy, esta opción ya no tiene validez: «dos pueblos para un Estado» no es
una solución viable cuando uno de los dos pueblos, supuestamente el dominante,
tiende a fragmentarse en varios. La perspectiva de una guerra a gran escala
obliga a clarificar el horizonte estratégico. En las condiciones actuales,
«erradicar Hamas» es, en el mejor de los
casos, una utopía y, en el peor, un eufemismo para
el genocidio. El tipo de guerra asimétrica que habría que librar (y
ganar) para «limpiar Gaza» requeriría una serie de condiciones que actualmente
no se cumplen, ante todo la neutralidad o connivencia de una parte
significativa de la población local. Ciertamente, el carácter irreal de la operación
no significa que no pueda desencadenarse, o que sus objetivos reales o
declarados puedan cambiar sobre la marcha, hasta el De
profundis más sanguinario. Pero atención: desde hace algunos años,
las variables en juego no son las mismas. El enfrentamiento global entre
Estados Unidos y China lo determina todo. No confiamos en la bondad de Xi
Jinping para salvar a los palestinos, pero sí apostamos por la «jugabilidad»
política de la cuestión palestina en el contexto del nuevo bipolarismo en
ciernes. No sería una revolución proletaria, pero podría ser una buena noticia
para el futuro de los palestinos, que hoy nos
parece tan incierto y sombrío.
18 de octubre de 2023
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