Capitalismo de Guerra y Narcoeconomía en México: Violencia, Estado y Acumulación en la Era del Terror Global

 
Capitalismo de Guerra y Narcoeconomía en México: Violencia, Estado y Acumulación en la Era del Terror Global









Resumen

El hallazgo del centro de exterminio en el Rancho Izaguirre, en Teuchitlán, Jalisco, evidencia que la violencia extrema en México no es un fenómeno aislado, sino una manifestación de la reestructuración del capitalismo contemporáneo. Lejos de representar un colapso del sistema, la guerra, la criminalización y la desaparición forzada han sido absorbidas dentro de la lógica del capital como mecanismos de regulación, disciplinamiento de la mano de obra y reconfiguración de la Ley del Valor.

Este artículo analiza cinco dimensiones de este proceso: (1) la integración del narcotráfico dentro del capitalismo global, (2) la guerra como principio organizador de la modernidad tardía, (3) la crisis del trabajo y la eliminación de la distinción entre economías "lícitas" e "ilícitas", (4) la fragmentación de la lucha de clases en conflictos administrados y (5) la transformación de la Ley del Valor en un sistema donde la violencia es central para la acumulación.

Se concluye que el capitalismo no está colapsando, sino reestructurándose, incorporando la guerra y la criminalización como estrategias fundamentales para su reproducción.

Parte I: La violencia del narcotráfico como estructura del capitalismo global




1.1 La crisis del Estado y la reconfiguración del poder soberano

Lejos de debilitarse, el Estado mexicano ha mutado hacia una forma de organización donde las fronteras entre legalidad e ilegalidad se han difuminado. Como señala Endnotes (2010), el capitalismo no solo produce mercancías, sino que también reproduce la relación de clase mediante la gestión de la violencia y la precarización del trabajo. En este contexto, el narcotráfico no es un actor ajeno al sistema, sino una forma específica de acumulación dentro de la economía global.

El concepto de "racket" resulta clave para entender esta transformación. Un racket es una organización que obtiene rentas mediante la coerción, sin estar necesariamente subordinada a una lógica productiva. En el caso de México, el Estado ha adoptado esta forma: lejos de garantizar el monopolio de la violencia legítima, opera en simbiosis con el crimen organizado para administrar la violencia en función de intereses económicos y políticos.

Las desapariciones forzadas en sitios como el Rancho Izaguirre deben ser entendidas dentro de este marco. La violencia extrema no es un simple subproducto del conflicto entre cárteles, sino un mecanismo de regulación social. La desaparición funciona como una tecnología de poder que disciplina cuerpos y territorios, asegurando la continuidad del flujo de mercancías (drogas, armas, personas) en un mercado criminal plenamente integrado a la economía global.

1.2 Narcotráfico y capitalismo global: un sistema de acumulación violenta

El narcotráfico no es una estructura marginal dentro del capitalismo, sino una de sus formas más avanzadas. Como han señalado distintos autores (Illas, 2020; Endnotes, 2010), el mercado criminal opera bajo la misma lógica de acumulación que el capitalismo formal: reduce costos de producción mediante la explotación extrema, externaliza riesgos hacia las comunidades más vulnerables y maximiza ganancias a través de la violencia organizada.

El neoliberalismo ha disuelto las fronteras tradicionales entre economía formal e informal, creando un escenario donde la violencia se convierte en un elemento constitutivo del orden económico. En este contexto, las desapariciones masivas en México cumplen una doble función:

  1. Regulación del mercado criminal: Los asesinatos y entierros clandestinos son una forma de gestión territorial que permite el control de rutas estratégicas y el disciplinamiento de las comunidades.
  2. Producción de subjetividades precarizadas: La violencia extrema no solo elimina cuerpos, sino que transforma la subjetividad de la población, generando una cultura del miedo que facilita la explotación y el control social.

1.3 Mano de obra precaria y la integración de sectores vulnerables al narcotráfico

El crimen organizado no solo necesita sicarios y operadores logísticos; también requiere de una enorme base de trabajadores precarios para realizar actividades como la siembra de amapola, el transporte de drogas, la fabricación de precursores químicos y la vigilancia de territorios. Muchos jóvenes, campesinos, migrantes y trabajadores informales, al no encontrar alternativas en el mercado laboral formal, ingresan al narcotráfico de manera consciente, no como víctimas, sino como sujetos atrapados en una estructura que no ofrece otras opciones viables.

El reclutamiento de trabajadores para el narco está directamente ligado a la crisis del empleo y al colapso de las redes de movilidad social. En muchas regiones, el trabajo legal es insuficiente, mal pagado o inexistente. Frente a esto, la opción de trabajar para el crimen organizado se convierte en la única salida para miles de personas que, de otra manera, quedarían completamente marginadas del sistema económico.

1.4 La guerra como ontología del capitalismo globalizado

Uno de los aspectos centrales de la crisis contemporánea es la fusión entre guerra y economía. Illas (2023) argumenta que la guerra ya no es un estado de excepción, sino el principio organizativo del orden global. A través del concepto de "magma bélico", Illas describe cómo la violencia se ha convertido en una lógica inmanente de la sociedad, disolviendo las distinciones tradicionales entre paz y conflicto.

En este sentido, el narcotráfico y la desaparición masiva no pueden entenderse como fallas del sistema, sino como expresiones de un orden económico basado en la violencia estructural.

El hallazgo del centro de exterminio en Teuchitlán confirma que la violencia del narcotráfico en México no es una anomalía, sino un fenómeno de larga duración que se ha integrado en la lógica del capitalismo globalizado. La desaparición forzada, la precarización del trabajo y la falta de alternativas económicas son elementos de un mismo sistema donde la violencia opera como un principio organizativo. En este escenario, la pregunta no es cómo reducir la violencia, sino cómo desmantelar un sistema que la produce de manera estructural.

Parte II: La barbarie como norma del capitalismo en crisis




2.1 Guerra, acumulación y el régimen de supervivencia

La violencia contemporánea ya no puede ser comprendida desde la clásica distinción entre guerra y paz. Como plantea Illas (2020, 2023), el mundo ha entrado en una fase donde la guerra se ha convertido en la norma, no como un conflicto entre Estados, sino como una lógica de reorganización política, social y económica. Esto significa que la guerra ya no es simplemente un momento excepcional dentro de un orden de acumulación, sino que la violencia es ahora el mecanismo principal de producción y reproducción del capital.

En este contexto, la guerra en México no puede entenderse como un conflicto de seguridad, sino como un régimen de supervivencia (Illas, 2020), en el que el Estado y el crimen organizado gestionan la violencia de manera conjunta para garantizar la continuidad de la acumulación. Este régimen se basa en tres principios fundamentales:

1.       La producción de sujetos desechables: trabajadores, campesinos, migrantes y jóvenes marginados que pueden ser utilizados por el sistema (como mano de obra criminal o precaria) y eliminados cuando ya no son funcionales.

2.       La conversión de la guerra en una economía: la violencia no es un obstáculo para el desarrollo capitalista, sino una forma de circulación del valor.

3.       El fin de la soberanía estatal tradicional: el Estado ya no organiza la violencia desde un aparato centralizado, sino que delega su gestión a múltiples actores (cárteles, paramilitares, empresas de seguridad privada, etc.).

En este esquema, el narcotráfico no es un enemigo del Estado, sino su socio en la administración de la guerra. La desaparición forzada y la masacre no son anomalías, sino instrumentos dentro de esta reorganización global de la violencia.

2.2 La producción de subjetividades en el capitalismo de guerra

Uno de los efectos más profundos del régimen de guerra es la producción de nuevas subjetividades marcadas por la precarización extrema y la despolitización de la vida. Como han señalado Endnotes (2010) y Illas (2023), el capitalismo contemporáneo ha desmantelado los horizontes colectivos de transformación social, dejando en su lugar una lógica de adaptación individual a la catástrofe.

En el caso de México, esto se traduce en dos grandes tendencias:

  1. El sujeto precarizado como mano de obra del crimen: La falta de alternativas laborales convierte a grandes sectores de la población en trabajadores del narcotráfico o en habitantes de territorios controlados por la violencia. Este sujeto no entra al narco solo por coerción, sino por la falta de opciones en un sistema que ha destruido cualquier forma de movilidad social.
  2. El sujeto disciplinado por el terror: La desaparición forzada, las masacres y la violencia extrema funcionan como dispositivos de control social. La incertidumbre radical y la amenaza constante crean sociedades en las que el miedo impide cualquier forma de organización política contra el sistema.

La violencia, en este sentido, no solo es un medio de dominación, sino una fuerza ontológica que transforma la subjetividad y las relaciones sociales. Esto confirma lo que Illas (2023) describe como la "magma bélico": una condición en la que la guerra es la única forma de producción del ser dentro de un mundo sin horizonte político.

2.3 Barbarie estructural y la crisis de la modernidad

El concepto de barbarie estructural permite entender la violencia contemporánea no como un fenómeno accidental, sino como la forma misma de reproducción social en el capitalismo avanzado. Desde esta perspectiva, lo que ocurre en México no es un estado de excepción, sino la normalización de un sistema en el que la violencia ya no puede separarse de la economía, la política o la vida cotidiana.

El narcotráfico, al funcionar como un mecanismo de integración de la población sobrante, refleja esta barbarie estructural en varios niveles:

1.       Transforma el territorio: ciudades enteras son reconfiguradas según las lógicas del crimen, con redes de poder que atraviesan la política, la economía y la seguridad.

2.       Genera una economía paralela: el narcotráfico no solo produce riqueza para las élites, sino que regula la vida de millones de personas que dependen de él para sobrevivir.

3.       Impone un nuevo orden social: la violencia reemplaza al derecho como mecanismo regulador de la vida cotidiana, generando un sistema donde las relaciones se rigen por la fuerza y la acumulación.

Siguiendo a Endnotes (2010), esto significa que ya no existe un afuera del capital: el crimen organizado no es una anomalía dentro de la modernidad, sino su forma más desarrollada.

2.4 El colapso del horizonte político y la ausencia de alternativas

Uno de los efectos más devastadores del capitalismo de guerra es la eliminación de cualquier horizonte alternativo. Como señala Illas (2023), el régimen de supervivencia ha destruido los espacios en los que antes se imaginaba un cambio social, reduciendo la política a una lucha constante por evitar la aniquilación.

Este colapso del horizonte político se manifiesta en tres fenómenos concretos:

  1. La despolitización de la violencia: el narcotráfico es presentado como un problema de criminalidad, no como una estructura de poder dentro del capitalismo.
  2. La militarización de la vida cotidiana: la violencia se ha vuelto omnipresente, integrándose en la normalidad de la vida social.
  3. La crisis de los movimientos de resistencia: cualquier forma de organización política es rápidamente desarticulada o absorbida por el mismo sistema que busca destruirla.

Esta situación plantea un dilema fundamental: ¿cómo organizar una lucha política en un mundo donde la violencia ha sido completamente integrada en la reproducción del capital?

2.5 La violencia como última frontera del capital

El hallazgo del centro de exterminio en Teuchitlán no es un evento excepcional, sino la expresión más cruda de un sistema basado en la administración de la muerte. La guerra, el narcotráfico y la precarización extrema no son problemas a resolver, sino las condiciones necesarias para la reproducción del capital en la modernidad tardía.

Siguiendo a Endnotes (2010) e Illas (2023), es posible afirmar que el mundo ha entrado en una fase terminal, en la que la única pregunta relevante ya no es cómo regular la violencia, sino cómo escapar de un sistema que ha convertido la guerra en su única forma de existencia.

Este es el desafío central de nuestra época: construir una alternativa dentro de un mundo donde la violencia ha absorbido todos los espacios posibles de resistencia.

Parte III: El Estado, el mercado mundial y la crisis del trabajo en la era de la guerra globalizada




3.1 Estado y narcotráfico: una simbiosis dentro del capitalismo global

El Estado mexicano no es un ente separado del narcotráfico ni de las economías informales, sino una estructura que ha incorporado estas dinámicas dentro de sus propias formas de gestión. Como señala Endnotes (2010), la crisis del trabajo en el capitalismo global ha generado una nueva fase en la que las instituciones estatales ya no pueden garantizar la reproducción social a través de mecanismos tradicionales como el salario o la estabilidad laboral. En cambio, el Estado administra la precariedad y regula la violencia sin erradicarla.

Siguiendo la lógica de Illas (2020, 2023), el Estado ha pasado de ser un ente que centralizaba la soberanía y la violencia a una entidad fragmentada que delega la gestión del conflicto a diferentes actores. En México, esto se traduce en:

  1. La militarización de la seguridad pública: la guerra contra el narcotráfico ha servido como justificación para desplegar fuerzas armadas en múltiples regiones, no para erradicar el crimen, sino para disciplinar a la población y garantizar la estabilidad del mercado criminal.
  2. La tercerización de la violencia: el Estado permite que el crimen organizado administre la vida en múltiples territorios, convirtiendo la violencia en un mecanismo de regulación social.
  3. El uso del terror como estrategia de gobernanza: la desaparición forzada y los centros de exterminio como el de Teuchitlán no solo eliminan a individuos, sino que reconfiguran la subjetividad de la población mediante el miedo y la incertidumbre.

Como han señalado Endnotes (2010) y Illas (2023), el Estado ya no actúa como un árbitro del conflicto, sino como un actor más dentro de una red de poder que integra crimen, mercado y violencia en una misma estructura de acumulación.

3.2 La crisis del trabajo y las economías criminales en el capitalismo tardío

El narcotráfico y la violencia extrema en México no pueden entenderse sin analizar la crisis estructural del trabajo dentro del capitalismo global. Como señala Illas (2020), la guerra globalizada ha destruido los modelos tradicionales de empleo y ha generado un mundo donde las formas de subsistencia se han fragmentado en múltiples mercados, algunos formales, otros clandestinos, pero todos regidos por la precariedad.

El concepto de shadow economy (economía en la sombra) es útil para comprender esta dinámica. En muchas regiones de México, el narcotráfico no es solo una organización criminal, sino una fuente de empleo para miles de personas que han sido expulsadas del mercado laboral formal. Esta economía paralela incluye:

1.       Producción agrícola criminal: cultivos de amapola y marihuana que emplean a comunidades enteras bajo condiciones de explotación extrema.

2.       Trabajo logístico precarizado: transporte de drogas, lavado de dinero, fabricación de precursores químicos.

3.       Sicariato y seguridad privada criminal: el crimen organizado ofrece empleos en la seguridad de sus territorios, generando estructuras laborales informales pero altamente jerárquicas.

4.       Economía de reciclaje criminal: el robo de combustible, de autos y de mercancías, integrado en redes transnacionales.

Estas dinámicas forman parte de lo que Endnotes (2010) denomina la proletarización sin salario, es decir, la transformación de la población en una masa de trabajadores disponibles para el capital sin que necesariamente reciban ingresos estables o derechos laborales.

En este contexto, el black work (trabajo negro) es un elemento clave. El capitalismo globalizado ha normalizado el uso de mano de obra clandestina, no solo en el narcotráfico, sino en múltiples industrias legales que dependen de trabajadores sin contrato, sin protección y sin derechos. En la frontera norte de México, por ejemplo, miles de migrantes trabajan en la maquila bajo esquemas de subcontratación que los dejan en una situación de vulnerabilidad extrema.

El narcotráfico, lejos de ser una anomalía, opera bajo la misma lógica: reclutar mano de obra precaria, explotarla y desecharla cuando deja de ser útil. En este esquema, la desaparición forzada es el mecanismo mediante el cual se elimina a los trabajadores del crimen cuando su ciclo de utilidad ha terminado.

3.3 Capitalismo, violencia y las economías criminales globales

El mercado mundial no es ajeno a estas dinámicas, sino que se beneficia directamente de ellas. Como ha señalado Illas (2023), el capitalismo tardío ha entrado en una fase donde las fronteras entre lo legal y lo ilegal han colapsado. La violencia ya no es una interrupción del capital, sino un medio de producción en sí mismo.

Las shadow economies en México no funcionan aisladas, sino como parte de una red global en la que las economías ilícitas interactúan con el sistema financiero formal. Esto se observa en varios niveles:

  1. El papel de los bancos internacionales: múltiples investigaciones han demostrado cómo grandes instituciones bancarias han lavado dinero del narcotráfico, integrándolo en el circuito financiero global.
  2. El comercio de armas y la militarización: la guerra en México es alimentada por el tráfico de armas provenientes de Estados Unidos, un negocio que se nutre directamente del conflicto.
  3. Las economías de la vigilancia y la seguridad privada: las empresas de seguridad privada han crecido exponencialmente en la última década, convirtiendo la violencia en un mercado en sí mismo.

Como señala Illas (2023), el capitalismo contemporáneo ya no es un sistema que busca estabilidad, sino que opera a través de la crisis permanente. La violencia extrema, lejos de ser un obstáculo, es el mecanismo mediante el cual se generan nuevas oportunidades de inversión y acumulación.

3.4 El colapso de la distinción entre crimen y capital

Si seguimos la lógica de Endnotes (2010), ya no tiene sentido separar al crimen organizado del capitalismo global. La historia del capitalismo ha estado marcada por la violencia, desde la acumulación originaria hasta las guerras imperialistas. Sin embargo, en la fase actual, la criminalidad ya no es una excepción dentro del sistema, sino su modo de operación predilecto.

En este sentido, el narcotráfico en México no es un problema de seguridad, sino un modelo de acumulación dentro del capitalismo de guerra. El CJNG y otros cárteles funcionan como empresas multinacionales:

1.       Tienen estructuras jerárquicas similares a las corporaciones globales.

2.       Expanden sus mercados a través de estrategias de guerra y control territorial.

3.       Utilizan el miedo y la violencia como métodos de disciplina laboral.

Esto confirma lo que Illas (2020) denomina el régimen de supervivencia, en el que la única opción disponible para millones de personas es integrarse en una estructura de violencia permanente, ya sea como trabajadores precarios, combatientes o víctimas.

3.5 ¿Es posible un mundo sin guerra?

El análisis de la violencia en México revela que el narcotráfico no es un enemigo del capitalismo, sino su consecuencia lógica. La desaparición forzada, la precarización del trabajo y las economías criminales son los pilares de un sistema en el que la guerra ya no es una anomalía, sino la base misma de la acumulación.

Siguiendo a Endnotes (2010) e Illas (2023), podemos afirmar que el capitalismo ha alcanzado un punto en el que la guerra y el crimen ya no pueden ser separados de su funcionamiento normal. La pregunta, entonces, no es cómo erradicar la violencia, sino cómo imaginar un mundo donde la violencia ya no sea el principio organizador de la vida social.

Este es el reto central de nuestra época: pensar la posibilidad de una economía, una política y una sociedad más allá del régimen de guerra permanente.

Parte IV: La guerra mundial, las microguerras y el repliegue de la lucha de clases en la era del capitalismo bélico




4.1 La guerra global como nueva forma de organización del capital

El capitalismo contemporáneo ya no puede entenderse sin la guerra. Como señala Illas (2020, 2023), la guerra ha dejado de ser un evento excepcional para convertirse en una lógica estructural que ordena el mundo. No se trata solo de los conflictos tradicionales entre Estados, sino de un sistema global de microguerras, guerras civiles y violencia fragmentada, en el que el capital y la guerra se han vuelto inseparables.

Siguiendo la tesis de Endnotes (2010), este proceso ha sido acompañado por el repliegue de la lucha de clases y la desaparición de la guerra de clases como horizonte político. En su lugar, han emergido conflictos internos, localizados y despolitizados, que ya no buscan transformar el sistema, sino operar dentro de él.

La guerra contemporánea puede analizarse en cuatro niveles interconectados:

  1. La guerra mundial permanente: conflictos como la guerra en Ucrania, las intervenciones en Medio Oriente y las tensiones en el Pacífico muestran que la competencia entre potencias se ha convertido en un estado permanente.
  2. Las microguerras y la guerra irregular: en muchas partes del mundo, la violencia no adopta la forma de guerras interestatales, sino de conflictos internos que fragmentan las sociedades en múltiples frentes.
  3. Las guerras civiles prolongadas: el colapso del Estado en ciertos territorios ha generado conflictos de larga duración donde los actores no estatales controlan porciones del territorio y del mercado.
  4. El repliegue de la lucha de clases y la transformación de la violencia: la guerra de clases ha sido desplazada por conflictos étnicos, religiosos y sectarios que fragmentan a las poblaciones en lugar de articularlas en una lucha común contra el capital.

En este contexto, la violencia ya no es un obstáculo para la acumulación, sino un mecanismo de regulación del sistema-mundo capitalista.

4.2 Microguerras y guerras civiles: el desmembramiento del Estado-nación

Uno de los aspectos más relevantes de la guerra contemporánea es la multiplicación de conflictos no convencionales, en los que la distinción entre guerra y paz ha desaparecido. Illas (2023) describe este fenómeno como el magma bélico, un estado de guerra continua en el que el conflicto ya no está limitado por fronteras estatales ni por reglas claras de enfrentamiento.

México es un caso paradigmático de esta nueva forma de guerra. La violencia del narcotráfico no puede entenderse como un simple problema de seguridad pública, sino como un conflicto cuasi-militar en el que múltiples actores (carteles, paramilitares, ejército, policías privadas) compiten por el control de territorios estratégicos.

Desde esta perspectiva, el país se ha convertido en un escenario de guerra civil no declarada, donde el Estado ha dejado de ser el único actor con capacidad de administrar la violencia. Esta situación no es exclusiva de México; en muchos países del Sur Global, la distinción entre guerra y criminalidad, seguridad y conflicto armado se ha disuelto en un continuo de violencia estructural.

Este fenómeno tiene tres implicaciones clave:

  1. La fragmentación del poder: el Estado ya no monopoliza la violencia, sino que la distribuye entre múltiples actores.
  2. La guerra como mecanismo de acumulación: los conflictos internos generan mercados ilícitos, flujos de capital y oportunidades de inversión.
  3. El colapso de la soberanía clásica: en muchos casos, las guerras civiles prolongadas no buscan reemplazar al Estado, sino administrarlo desde el crimen o desde economías informales.

4.3 El repliegue de la lucha de clases y la crisis de la guerra de clases

El capitalismo del siglo XX estuvo marcado por la lucha de clases como conflicto central. Sin embargo, como señala Endnotes (2010), esta dinámica ha cambiado radicalmente en el siglo XXI.

La lucha de clases no ha desaparecido, pero ha sido relegada a un segundo plano, sustituida por formas de conflicto que no cuestionan directamente la reproducción del capital. Esto se debe a varios factores:

1.       La fragmentación del proletariado: el neoliberalismo ha destruido las identidades de clase y ha reemplazado la organización obrera por el individualismo y la precarización extrema.

2.       La absorción de la violencia en la economía: las guerras civiles y las microguerras ya no se dirigen contra el capital, sino que se han integrado en su ciclo de acumulación.

3.       El desplazamiento de la guerra de clases por conflictos sectarios, étnicos y territoriales: en muchos lugares, la energía de la lucha de clases ha sido redirigida hacia conflictos internos que dividen a la población en lugar de unirla contra el capital.

Illas (2023) argumenta que la guerra de clases ha sido sustituida por un régimen de supervivencia, en el que las personas ya no luchan por transformar el sistema, sino por encontrar su lugar dentro de él. La precariedad laboral, el narcotráfico y las economías en la sombra son ejemplos de esta transformación: el proletariado ya no busca la revolución, sino la supervivencia dentro de un sistema hostil.

4.4 La guerra como forma final del capitalismo

Si el siglo XIX estuvo marcado por la expansión del capitalismo industrial y el siglo XX por la lucha entre el capital y el socialismo, el siglo XXI está definido por la guerra como modo de existencia del capital. Como señala Illas (2023), la guerra ya no es un medio para un fin, sino el fin en sí mismo.

En este sentido, el capitalismo ha entrado en su fase final:

1.       Ya no busca estabilidad, sino crisis permanente.

2.       Ya no necesita crecimiento, sino conflictos que mantengan la circulación del valor.

3.       Ya no se basa en la explotación directa del trabajo, sino en la administración de la precariedad y la violencia.

Este modelo se expresa en tres niveles:

  1. La guerra mundial fragmentada: en lugar de un conflicto global único, hay múltiples frentes de guerra que garantizan el movimiento del capital.
  2. Las economías de guerra criminalizadas: el crimen organizado, el narcotráfico y las economías ilícitas han sido incorporadas en el sistema de acumulación.
  3. El colapso de la política revolucionaria: la lucha de clases ha sido desarticulada, y en su lugar han surgido formas de conflicto que no desafían al capital.

4.5 ¿Es posible una guerra de clases en el siglo XXI?

El repliegue de la lucha de clases y la consolidación de un capitalismo de guerra plantean una pregunta fundamental: ¿es posible reconstruir una guerra de clases en un mundo donde la violencia ha sido absorbida por el capital?

Siguiendo a Endnotes (2010) e Illas (2023), la única forma de salir de este régimen de guerra es repolitizar el conflicto, es decir, transformar las luchas locales, fragmentadas y despolitizadas en un enfrentamiento directo contra el sistema que las produce.

Esto implica:

1.       Reformular la lucha de clases en el contexto de la precariedad y la guerra.

2.       Superar las divisiones impuestas por el capital y construir una política que conecte las luchas dispersas.

3.       Desafiar la economía de guerra, no solo resistiendo la violencia, sino destruyendo el sistema que la produce.

El capitalismo de guerra no es invencible. Como cualquier sistema, depende de la obediencia y la pasividad de quienes lo sostienen. El desafío del siglo XXI no es solo resistir la guerra, sino convertir la guerra del capital en una guerra resvolucionaria contra el capital.

Parte V: La Ley del Valor y la Guerra como Síntoma del Capitalismo Agónico




5.1 La Guerra como Reorganización de la Ley del Valor

Lejos de significar un colapso total del capitalismo, la guerra globalizada y la violencia estructural del siglo XXI deben entenderse como una reconfiguración de la Ley del Valor. En lugar de destruirse, la lógica de acumulación se ha reorganizado en función de nuevas formas de explotación, precarización y control territorial.

En esta fase del capitalismo, la producción de mercancías ya no es el único eje de valorización. La guerra, el crimen organizado y las economías "ilícitas" han sido absorbidas en la reproducción del capital como componentes internos de la acumulación.

Este proceso puede sintetizarse en tres dinámicas fundamentales:

  1. Fragmentación del mercado laboral global: la relación entre producción y empleo estable se ha desdibujado, y el capital se mueve entre trabajo formal, informal y criminalizado de acuerdo con sus necesidades.
  2. Criminalización del capital: el narcotráfico y otras economías "ilícitas" no son anomalías del sistema, sino parte de su estructura de valorización. La diferencia entre "lícito" e "ilícito" es meramente administrativa.
  3. Reestructuración del valor a través de la guerra: los conflictos armados, la violencia extrema y el control territorial no interrumpen la acumulación, sino que la reorganizan, redistribuyendo el poder y las oportunidades de inversión.

Desde esta perspectiva, el capitalismo de guerra no es la fase terminal del sistema, sino una de sus formas más avanzadas de adaptación y reorganización. La guerra no es el fin del capitalismo, sino una nueva manera de articular la producción, el trabajo y el control social.

5.2 La Destrucción como Mecanismo de Reestructuración del Capital

En un capitalismo donde la producción de mercancías ya no es el único motor de acumulación, la destrucción y el conflicto se han convertido en estrategias de reorganización del mercado mundial. Sin embargo, esta destrucción no es caótica ni arbitraria, sino una forma de ajuste del sistema para mantener su reproducción.

Esto se observa en varios niveles:

  1. Las guerras y conflictos localizados: en lugar de representar una amenaza para la economía global, la guerra permite la reestructuración de sectores productivos, la apertura de nuevos mercados y la eliminación de actores obsoletos dentro del capital.
  2. Expansión de las economías "ilícitas": lejos de operar fuera del mercado global, las redes de tráfico de drogas, armas y personas forman parte del flujo de acumulación y redistribución del valor.
  3. Mercantilización de la violencia: la seguridad privada, la industria militar y la expansión del control policial han convertido la violencia en un sector de inversión y crecimiento dentro del capitalismo.

El capital ya no se basa exclusivamente en la producción de bienes y servicios "lícitos", sino en un esquema donde la violencia y el crimen no son anomalías, sino mecanismos internos de su reestructuración.

5.3 Militarización del Valor y Administración de la Fuerza de Trabajo

Otro aspecto clave de esta reestructuración es el desplazamiento del trabajo asalariado por formas de control biopolítico y militarizado. Si en el capitalismo industrial el salario era el eje de la relación social, en el capitalismo de guerra el control de poblaciones, territorios y flujos de trabajo precarizados se ha vuelto central para la acumulación.

Esto se traduce en tres dinámicas fundamentales:

1.       La militarización del empleo: sectores como la seguridad privada, la agricultura y el transporte dependen de condiciones de riesgo extremo, normalizando la violencia como parte del trabajo.

2.       El terror como regulación del mercado laboral: la desaparición forzada y el asesinato selectivo no solo eliminan individuos, sino que sirven como mecanismos de disciplina social.

3.       Control del movimiento poblacional: el crimen organizado y el Estado colaboran en la administración de migrantes y trabajadores informales, utilizando la violencia para gestionar su movilidad.

Como resultado, el capitalismo ha reestructurado el trabajo no eliminándolo, sino subordinándolo a una lógica de militarización, criminalización y precarización extrema.

5.4 La Guerra como Nueva Forma de Organización del Capital

Si bien la producción de mercancías sigue existiendo, ya no es la única base de acumulación. En el capitalismo de guerra, la economía se estructura en torno a la administración del conflicto, el control territorial y la gestión de la crisis como formas de reproducción social.

Esto se observa en tres niveles:

  1. La guerra como mecanismo de redistribución del capital: la violencia extrema genera oportunidades para la inversión en reconstrucción, seguridad y control social.
  2. Las economías de guerra criminalizadas: el crimen organizado no solo es un fenómeno social, sino una estructura económica integrada al mercado mundial.
  3. El ajuste permanente de la estructura productiva: la guerra y la crisis permiten la reestructuración constante del capital, eliminando sectores obsoletos y redistribuyendo los recursos según las necesidades del sistema.

Lejos de colapsar, el capitalismo se ha adaptado a este nuevo modelo, en el que la violencia ya no es un obstáculo para la acumulación, sino su forma predominante de reorganización.

5.5 Hacia una Crítica del Capitalismo de Guerra

El análisis de la violencia en México y a nivel mundial revela que la guerra, el narcotráfico y la precarización extrema no son síntomas de un colapso inminente, sino las formas en que el capitalismo se reestructura y encuentra nuevas formas de reproducción.

En este contexto, las estrategias tradicionales de resistencia ya no son suficientes. La lucha contra la violencia estructural debe considerar que la guerra no es una anomalía del capital, sino una parte de su lógica de reorganización.

Si el capitalismo ha convertido la crisis en su modo normal de operación, el desafío no es solo denunciar la violencia, sino comprender sus mecanismos de reorganización para desarrollar nuevas formas de lucha y transformación.

El capitalismo no ha colapsado, pero ha cambiado su lógica de reproducción. La pregunta no es si puede sobrevivir a esta transformación, sino qué tipo de resistencia es posible en un mundo donde la violencia se ha integrado completamente en la estructura del mercado.

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Referencias

Referencias

  • Endnotes. (2010). Misery and the value form. Endnotes, (2). Recuperado de https://endnotes.org.uk/issues/2
  • Illas, E. (2020). The survival regime: Global war and the political. New York, NY: Routledge.
  • Illas, E. (2023). The magma of war: An ontology of the global. London: Bloomsbury Academic.

 

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