Hay otro camino: Un ensayo desde el marxismo bizarro y la teoría etérea.

 Hay otro camino: Un ensayo desde el marxismo bizarro y la teoría etérea.





Era una tarde de esas donde el mundo parece marchar en piloto automático: el tráfico avanzaba mecánicamente, los rostros tras los vidrios de las oficinas eran como sombras dispuestas en filas de tiempo perdido, y la publicidad digital insistía en sus gritos sobre la promesa de un futuro brillante. Lo que la gente llama “progreso” parecía palpitar en cada rincón, como un virus silencioso que lo contamina todo: desde el agua que bebemos hasta los sueños que no recordamos.

Por mucho tiempo, fui parte de esa maquinaria. Creí en lo que nos enseñaron a venerar: la racionalidad instrumental, la idea de que todo se podía descomponer en partes útiles, cuantificables, reducibles a un beneficio. El desarrollo económico, personal, intelectual, todo giraba alrededor de la misma ecuación: más es mejor. Pero en algún punto —como cuando uno descubre que la puerta trasera de su casa lleva a un universo extraño— algo cambió.

Mi primera grieta con la racionalidad instrumental surgió cuando comprendí que no existe un único destino lineal al que nos lleva el progreso. De hecho, la propia noción de progreso estaba envenenada con las ideas de acumulación, eficiencia y dominio. Marxismo bizarro me dio las herramientas para pensar fuera de esas categorías. La idea de desarrollo, ya sea en el ámbito personal o social, estaba impregnada de una lógica capitalista que solo entendía el crecimiento como resultado de explotación. Pero, ¿qué pasa si no todo tiene que "crecer"? ¿Qué si el decrecimiento, el desvío, la pausa, son más radicales y necesarios?

El comunismo raro y las comunidades etéreas me ofrecieron una respuesta. Estas comunidades no se basan en la competitividad, sino en lo común, lo que se comparte en los márgenes de lo tangible. Ahí, no se valora cuánto se acumula, sino cómo se vive. Fue en esas visiones de un comunismo freak, donde la transformación no ocurre en los términos del capital, sino en los intersticios de lo inefable, que entendí que el desarrollo como lo conocíamos era una ilusión que me ataba a la misma red que quería escapar. Me desprendí de las ideas de utilidad y empecé a pensar en lo "inútil" como una forma de resistencia: lo que no tiene un valor de intercambio es, en esencia, la única forma auténtica de libertad.

Abandonar la masculinidad dominante fue un paso lógico en este proceso. La masculinidad tal como se presenta bajo el capitalismo no es más que una extensión de esa racionalidad instrumental: se basa en dominar, en conquistar, en ser "fuerte", un bastión del individualismo. Pero en las comunidades etéreas, en la teoría etérea, lo que importa no es dominar, sino conectar. Ahí, lo que se busca no es la fuerza, sino la apertura, la vulnerabilidad. La masculinidad freak no se preocupa por cumplir con los estándares de poder y control, sino por disolverlos. En lugar de construir sobre la rigidez, la masculinidad se transforma en algo fluido, mutante, capaz de abrazar lo extraño, lo sensible, lo que escapa a las definiciones claras.

Finalmente, decidí abandonar las relaciones basadas en el dinero. Lo monetario no solo crea relaciones jerárquicas y desiguales, sino que también nos arrastra a un tipo de vinculación transaccional que socava la posibilidad de construir algo genuinamente común. Las comunidades etéreas, como las que imagino bajo el comunismo raro, no están diseñadas para funcionar bajo la lógica del capital. No se trata de cuánto ganas, sino de cómo te relacionas con lo colectivo. Es en estas conexiones donde veo "otro camino". Las relaciones que se basan en el dinero están condenadas a caer en la trampa de la instrumentalización. En cambio, las que emergen de lo gratuito, de lo compartido sin condiciones, son las que escapan a las cadenas del valor.

Hay otro camino. Uno que se desvía de las rutas preestablecidas por el capital, uno que no sigue las reglas del mercado ni las lógicas de la masculinidad hegemónica. Un camino que serpentea entre la teoría y la anécdota, entre lo real y lo etéreo, entre el marxismo bizarro y la comunidad freak. No es un camino fácil de encontrar porque no sigue la señalización brillante del progreso; es más bien una ruta oculta, algo que solo se ve de reojo, como una sombra bajo la luz.

Pero ahí está. Y una vez que lo ves, ya no puedes seguir caminando por el sendero viejo.

Es en la rareza, en lo que el capital no puede calcular, donde encontramos la posibilidad de transformar lo cotidiano en algo radicalmente distinto. Lo que decidí abandonar no era solo una serie de conceptos, sino todo un modo de existencia que me mantenía prisionero de un sistema que nunca me había pertenecido. Dejé de buscar utilidad, y encontré sentido. Dejé de buscar progreso, y descubrí otros mundos. Dejé de competir, y entendí el poder de lo común.

Porque, al final, hay otro camino. Y es uno que me lleva hacia una forma de vivir que desafía todo lo que una vez consideré "real".

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