Himno a la inutilidad: Apología de lo Lento y del No-Trabajo

 Himno a la inutilidad: Apología de lo Lento y del No-Trabajo






En un mundo donde el ruido de las máquinas late como un corazón artificial, donde el sudor es moneda y el tiempo se quema en holocaustos de productividad, proclamemos la belleza de la inutilidad. Aquí, bajo un cielo donde las nubes flotan sin propósito y las estrellas nunca facturan, imaginemos otro orden, un orden donde el esfuerzo deja de ser virtud y la lentitud se celebra como resistencia.
El trabajo, ese yugo al que el hombre se ata con cadenas invisibles, es el dios oscuro del presente. Nos prometió redención, pero nos convirtió en esclavos de relojes que nunca se detienen. Renunciemos a él, no como quien abandona un deber, sino como quien deja caer un arma oxidada. No trabajaremos más, no para producir, no para existir. Ser será suficiente.
En el reino de lo inútil, las manos no se desgastan en fábricas ni oficinas, sino que cultivan el vacío como si fuera un jardín infinito. Aquí no hay metas, ni objetivos, ni logros. Hay una ética de la lentitud, una celebración de las cosas que no sirven para nada. La siesta se convierte en acto revolucionario, la contemplación en praxis política, el error en himno de libertad.
Construyamos una estética del retraso, donde cada segundo se estire como una nota sostenida en una sinfonía que nadie escucha. Volvamos a los caminos que no llevan a ninguna parte, a los diálogos que no buscan conclusiones. Celebremos lo que se desmorona, lo que no permanece, lo que no deja huella. Es en el caer donde el mundo encuentra su verdad.
El capital es un vampiro, sediento de nuestra sangre hecha tiempo. Pero nosotros, los que no trabajamos, somos espejos que no lo reflejan. No habrá más sacrificio en sus altares, porque hemos aprendido a descansar como forma de insurrección. Descansar es desobedecer.
Hagamos de la lentitud un manifiesto: caminar sin rumbo, mirar sin urgencia, respirar como si el mundo nunca fuera a terminar. No construyamos nada, porque todo lo construido se pudre. Dejemos que la vida sea una danza que no conduce a ninguna parte, un río que no necesita desembocar.
Que el mundo tiemble ante nuestra inutilidad. Que tiemble ante el silencio que dejamos cuando dejamos de producir. Porque en esa pausa, en esa ausencia, hay más vida que en toda la maquinaria del progreso. No ser útiles es nuestra rebelión, no ser rápidos es nuestra victoria. En la lentitud, nos encontramos. En la inutilidad, somos finalmente libres.

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