La Producción de la Contrarrevolución en el Siglo XXI: La Ley del Valor y el Fetiche de la Mercancía

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La contrarrevolución no es simplemente la resistencia al cambio revolucionario, sino la capacidad del sistema capitalista para producir, reproducir y sofocar las posibilidades de su superación a través de sus propias lógicas internas. Dos conceptos fundamentales para entender este fenómeno son la ley del valor y el fetiche de la mercancía, ambos pilares teóricos del análisis marxista que, en el siglo XXI, han adquirido renovadas formas de operación.

La Ley del Valor: Contrarrevolución Como Reproducción Ampliada del Capital

La ley del valor, como dinámica que regula la producción y el intercambio en el capitalismo, organiza el trabajo humano en términos de equivalencias abstractas. La dominación de esta ley no solo permite la expansión del capital, sino que también consolida un marco de relaciones sociales que son impermeables a la crítica práctica inmediata. En el siglo XXI, la intensificación de la automatización, el trabajo digitalizado y las plataformas tecnológicas exacerban esta dinámica.

El trabajo abstracto, medido y remunerado según el tiempo socialmente necesario para la producción, se desmaterializa en flujos digitales y algoritmos que maximizan la eficiencia del capital. Este proceso, lejos de anunciar la superación del trabajo asalariado, multiplica las formas de explotación a través de la subcontratación, la precariedad y el teletrabajo. La ley del valor, así, no solo reproduce el capital sino que produce la contrarrevolución, al neutralizar las fuerzas revolucionarias emergentes mediante la fragmentación de la clase proletaria en nichos y categorías incomunicables.

Fetiche de la Mercancía: La Contrarrevolución Como Enajenación Permanente

El fetiche de la mercancía, entendido como el proceso por el cual las relaciones sociales se presentan como relaciones entre cosas, es un motor ideológico de la contrarrevolución. En el siglo XXI, esta lógica no solo se mantiene, sino que se intensifica mediante la estetización de las mercancías y la integración de la subjetividad en los procesos de consumo.

La mercantilización de los deseos, las relaciones y la identidad ha transformado al sujeto revolucionario en un consumidor atrapado en redes de significación capitalista. La crítica al capital se recicla como un producto más del mercado, neutralizando la posibilidad de subvertirlo. Desde camisetas con lemas de protesta hasta movimientos sociales que son absorbidos por lógicas de marketing, el fetiche opera como una máquina contrarrevolucionaria que reconfigura toda resistencia en términos compatibles con el sistema.

En esta dinámica, el proletariado mismo se enfrenta a su propia invisibilización. Si en el siglo XIX y XX la figura del trabajador industrial concentraba la fuerza revolucionaria, hoy la dispersión del trabajo y la multiplicidad de roles sociales diluyen esa identidad. Esto refuerza el fetiche: las relaciones de explotación se ocultan tras el espectáculo de la diversidad de mercancías.

La Contrarrevolución Como Estrategia Sistémica

El capitalismo del siglo XXI, lejos de entrar en una crisis terminal, muestra su capacidad para integrar las contradicciones en su propia expansión. La ley del valor se despliega en nuevas formas, desde las monedas digitales y la financiarización, hasta la economía de datos, donde el trabajo humano se mide no en términos de producción material, sino en flujos de información. Este cambio no anula la explotación, sino que la intensifica en formas menos visibles.

Asimismo, el fetiche de la mercancía se amplifica en un sistema de redes sociales y plataformas digitales donde el sujeto ya no es solo consumidor, sino mercancía en sí misma. Las identidades, opiniones y actividades se convierten en datos comercializables, cerrando el circuito de una enajenación total que refuerza la contrarrevolución.

La Contrarrevolución Como Reproducción del Capital

La contrarrevolución en el siglo XXI no se limita a la represión directa de movimientos revolucionarios, sino que se produce desde el corazón mismo del capitalismo. La ley del valor y el fetiche de la mercancía funcionan como dispositivos integrales de dominación que consolidan la reproducción del capital mientras neutralizan las fuerzas subversivas. Si la revolución busca la abolición del trabajo asalariado y del mercado, la contrarrevolución convierte esas mismas aspiraciones en nuevas oportunidades para expandir el capital. La tarea del pensamiento crítico es desentrañar estos mecanismos y construir herramientas teóricas y prácticas que escapen a su lógica.

En última instancia, solo una crítica radical que ataque la raíz misma de la ley del valor y el fetiche de la mercancía puede abrir las grietas para pensar y realizar un horizonte poscapitalista.

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