La Depresión como Trinchera del Capitalismo: La Conformidad que Domestica la Rebelión

 La Depresión como Trinchera del Capitalismo: La Conformidad que Domestica la Rebelión







La depresión, ese malestar que carcome el espíritu y aplasta la voluntad, no es un accidente ni un defecto individual: es un arma del capitalismo. En esta época de alienación consumada, donde la vida misma es reducida a mercancía, la depresión no solo es un síntoma, sino un campo de batalla donde las clases dominantes consolidan su victoria. No se trata solo del cuerpo abatido o de la mente silenciada, sino de la captura del deseo, la erosión de la imaginación y la mutilación del espíritu rebelde.

La conformidad, ese hábito dócil de aceptar la opresión como paisaje cotidiano, es la aliada más fiel del capitalismo. En lugar de quemar los templos del mercado o derribar las catedrales de la burocracia, millones se entregan a una resignación pasiva, donde la política se convierte en espectáculo y la vida en rutina. Los conformes no son solo espectadores; son colaboradores silenciosos, piezas del engranaje que perpetúa este sistema inhumano. Cada momento en que la resignación sustituye a la rebeldía es un pequeño triunfo para las clases dominantes.

La depresión política, en particular, es el fruto podrido de la victoria ideológica del capital. Es el momento en que las utopías se marchitan, las luchas se desvanecen, y la esperanza parece un lujo obsoleto. En lugar de ser el preludio de una rebelión furiosa, la depresión se convierte en el foso donde las mentes críticas se ahogan. El capital ha logrado transformar la desesperación en parálisis, el desencanto en pasividad. La promesa de un mañana distinto queda encerrada en el loop infinito de un presente sofocante.

Pero la depresión, aunque parezca el fin de toda rebeldía, contiene una paradoja. Su existencia revela el malestar estructural, el fracaso del capitalismo para crear vidas dignas. Es, por tanto, un síntoma que grita: esto no funciona, esto no es vida. Sin embargo, en manos del capital, ese grito es silenciado, medicalizado, o estetizado, convirtiéndose en un producto más para ser consumido: pastillas, terapias individualistas, o narrativas que romantizan la tristeza mientras evitan su politización.

La verdadera lucha consiste en arrebatarle la depresión al capitalismo, transformarla en furia organizada, en rechazo radical. No se trata de romantizar el sufrimiento ni glorificar la angustia, sino de comprender que tras la pasividad impuesta existe un potencial subversivo. Cada instante de desesperación puede ser el germen de una nueva revuelta, si logramos destruir la narrativa que convierte el malestar en conformidad.

La depresión no es rebelde mientras permanezca encapsulada en la individualidad; se convierte en resistencia solo cuando se colectiviza, cuando se transforma en un grito de guerra contra el sistema que la produce. Es urgente dejar de aceptar la depresión como un refugio apolítico y comenzar a reconocerla como un campo de lucha. Porque mientras nos hundimos en el pantano de la pasividad, las clases dominantes celebran su victoria y afilan sus armas para la próxima batalla.

Rechacemos la resignación. Hagamos de la depresión un arma, no un refugio. El capitalismo debe pagar por cada lágrima derramada, cada sueño frustrado y cada mente atrapada. La única salida es la revuelta.

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