Contra la Fragmentación: Comunismo, Praxis y Lucha Colectiva
Contra la Fragmentación: Comunismo, Praxis y Lucha Colectiva
El comunismo, en su esencia, busca la emancipación de los seres humanos frente a la alienación, la explotación y la opresión que se derivan de un sistema económico basado en la propiedad privada y la acumulación de capital. En este contexto, la construcción de un movimiento radical no puede limitarse a una crítica superficial o reformista del orden social vigente, sino que debe ser una lucha profunda contra las estructuras que perpetúan la desigualdad y la injusticia.
Las tendencias individualistas, progresistas, nihilistas y absurdistas, en su forma más radical, se han convertido en identidades vacías que, lejos de aportar una transformación real, refuerzan la lógica del capitalismo, pues adoptan la forma valor como su principio organizador.
El individualismo, al centrarse exclusivamente en el "yo" y la autonomía personal, termina por fragmentar el potencial colectivo y por despolitizar a los sujetos. El sujeto, reducido a un consumidor de experiencias y significados efímeros, deja de ver la posibilidad de una acción colectiva transformadora. La atomización de la vida social bajo el capitalismo no solo impide la organización revolucionaria, sino que también fomenta un horizonte en el que las luchas se limitan a demandas de reconocimiento individual antes que a la transformación material de la sociedad.
El progresismo, cuando se desvincula de una visión materialista de la historia, se convierte en un fetichismo del cambio por el cambio, sin dirección ni contenido. El supuesto avance de la humanidad, medido en términos de derechos formales y tecnodesarrollo, ignora que el verdadero progreso no es la continuidad del capitalismo bajo una apariencia más inclusiva, sino su abolición.
Por otro lado, el nihilismo y el absurdismo, en su rechazo a todo orden y significado, caen en una actitud pasiva ante la opresión y la explotación, abrazando una desesperanza que desarma al sujeto en su lucha por un futuro mejor. La negación de cualquier horizonte de sentido se convierte en una coartada para la inacción, para el cinismo que descarta toda posibilidad de transformación. En lugar de subvertir el sistema desde sus cimientos, estas posturas terminan por legitimar el statu quo al asumir la imposibilidad de un cambio estructural.
Estas identidades creadas por la forma valor no son más que mecanismos que el capitalismo emplea para fragmentar, individualizar y despolitizar a la clase trabajadora, desviando sus energías hacia luchas que no cuestionan las bases del sistema mismo. Se sustituyen las estrategias revolucionarias por dinámicas de reconocimiento dentro del mercado simbólico, reforzando la reproducción del capital en vez de su abolición.
El comunismo, en cambio, no solo debe combatir la explotación del trabajo, sino también el trabajo mismo como categoría capitalista. La abolición del trabajo no significa la negación de la actividad productiva humana, sino la destrucción de su forma alienada bajo la ley del valor. En el capitalismo, el trabajo es una imposición que responde a la lógica de la acumulación, en la que las relaciones humanas se ven reducidas a la valorización del capital. La emancipación no es posible sin una ruptura total con esta estructura, eliminando la producción para el mercado y reemplazándola por formas de actividad libre y autodeterminada.
La construcción de un movimiento radical debe ser entendida como un proceso de acumulación de fuerzas, de organización popular, de educación política y de construcción de una conciencia revolucionaria que vaya más allá de las modas ideológicas pasajeras. El objetivo no es solo la resistencia, sino la ofensiva contra el capital en todas sus formas, la creación de un sujeto colectivo que, consciente de su poder, sea capaz de transformar la realidad material a través de la lucha organizada y el cuestionamiento radical del orden establecido.
El comunismo no es solo una ideología: es una praxis orientada a la abolición de las relaciones sociales capitalistas, del trabajo alienado y de la ley del valor. No basta con redistribuir la riqueza dentro del capitalismo; es necesario abolir las estructuras que producen la miseria y la explotación. Solo la unidad, la solidaridad y la acción colectiva de los trabajadores pueden destruir las estructuras de poder y riqueza que perpetúan la miseria, la desigualdad y la explotación, abriendo paso a una sociedad donde la producción y la vida misma ya no estén subordinadas a la tiranía del valor y el mercado.
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