Polymarch: Ritmo, Resistencia y Comunidad al Filo del Año.

 

Polymarch: Ritmo, Resistencia y Comunidad al Filo del Año





En el contexto de la Ciudad de México gobernada por Morena y bajo la administración de Clara Brugada, los eventos masivos como los conciertos y festivales se han convertido en una herramienta de gestión política, diseñados para reforzar la narrativa oficialista de cercanía con el pueblo. Sin embargo, la cultura popular siempre trasciende las consignas gubernamentales y las intenciones partidistas. Polymarch, con sus raíces en las periferias y su capacidad de congregar a miles de personas en torno a la música electrónica, no es solo una celebración promovida por un partido en el poder, sino una afirmación autónoma de las dinámicas culturales de las clases populares. Este tipo de eventos recuerdan que la cultura popular no puede ser completamente capturada ni instrumentalizada, pues su esencia radica en su capacidad de reinventarse y resistir frente a las narrativas impuestas, ya sea por la derecha o la izquierda.

El concierto de Polymarch en el cierre de 2024 podría entenderse como una afirmación vibrante de la cultura popular, una que, en su potencia sonora y visual, desafía las estructuras de la cultura burguesa mientras articula una resistencia desde las periferias urbanas. En un momento del año en el que predominan las narrativas de consumo exacerbado y festividades orientadas a consolidar valores individualistas, este evento irrumpe como un espacio colectivo donde la música electrónica y la comunidad de sus seguidores se funden en una experiencia compartida.
E.P. Thompson nos recuerda que la cultura popular no es solo una reacción a la dominación, sino una creación activa de significados y formas de vida alternativas. Polymarch, como símbolo de la música electrónica mexicana, no solo es un fenómeno de entretenimiento, sino una tradición viva que conecta generaciones de jóvenes y adultos en los barrios de la ciudad. Es un espacio donde la historia de las clases populares resuena en cada beat, reclamando un protagonismo que la cultura oficial intenta borrar o marginalizar. No es casualidad que estos eventos se desenvuelvan lejos de los escenarios legitimados por la alta cultura: Polymarch florece en salones comunitarios, calles y espacios recreativos que desbordan el orden burgués.
Raymond Williams hablaría aquí de una "estructura de sentimiento", esa sensibilidad colectiva que emerge en contextos históricos específicos y que da forma a las emociones compartidas. El concierto de Polymarch canaliza esa energía latente en quienes habitan las periferias del sistema, una energía que resiste el embate de la alienación capitalista. La música, con su capacidad para generar significados que trascienden las palabras, se convierte en el lenguaje común de quienes buscan algo más que las promesas vacías de la modernidad. En el vibrar de los bajos y las luces estroboscópicas, hay una narrativa alternativa que desafía los valores de consumo individual y celebra, en cambio, el poder de lo colectivo.
Desde la perspectiva de Stuart Hall, la cultura popular es siempre un campo de batalla, un terreno en el que se disputa la hegemonía. En el caso de Polymarch, vemos una tensión constante entre la resistencia contrahegemónica y la posibilidad de ser absorbido por las lógicas del mercado. Aunque la música electrónica ha sido globalizada y mercantilizada, en este contexto se reconfigura como una expresión local, profundamente arraigada en las experiencias de las clases populares urbanas. El evento no solo celebra la música, sino también la comunidad que se construye en torno a ella, una comunidad que desafía la fragmentación promovida por el capitalismo contemporáneo.
Simon Reynolds aporta otra clave para entender la relevancia de Polymarch: la retromanía, ese fenómeno donde el pasado se convierte en una fuente de resistencia frente a la lógica del progreso infinito. Polymarch no es solo un evento del presente; también es un portal hacia las raíces de la música electrónica en México, una reivindicación de un legado cultural que se niega a ser desplazado por las tendencias efímeras del mercado global. En este acto de mirar hacia atrás, hay una crítica implícita a las promesas vacías de la modernidad capitalista, una reafirmación de que el pasado no es un lugar muerto, sino un espacio de posibilidades para imaginar futuros alternativos.
El concierto de Polymarch, en su energía desbordante y su capacidad para reunir a miles de personas, se erige como una afirmación de la vida frente a la alienación. Aquí no hay pasividad ni conformismo; hay una búsqueda de conexión, de sentido, de comunidad. En el fulgor de las luces y el estruendo del sonido, se manifiesta una cultura que no solo resiste las imposiciones burguesas, sino que crea algo propio, algo que desafía, inspira y transforma. Polymarch, al cerrar el año, no es solo un evento; es un grito colectivo, una memoria compartida, un acto político que reimagina el mundo desde el margen, en clave de ritmo, baile y resistencia.
Mark Fisher aportaría una visión particularmente incisiva al analizar el concierto de Polymarch desde su concepto de "modernismo proletario". Fisher destacó cómo las culturas populares de vanguardia, como la música electrónica y los raves, encarnan una forma de modernismo que no surge desde la élite, sino desde las clases trabajadoras. En Polymarch, este modernismo proletario se manifiesta como una reivindicación de la tecnología y el futurismo no para servir al capital, sino para construir experiencias colectivas que desafían la alienación. En lugar de la fantasía tecnocrática de control, aquí la tecnología se convierte en una herramienta de liberación emocional, de comunión masiva y de creación de un tiempo fuera del tiempo. Es un ejemplo de cómo las clases populares pueden apropiarse de los recursos técnicos del presente para imaginar y construir un futuro radicalmente distinto.
Hacia el final, Polymarch deja un saldo claro: las dinámicas culturales de los periféricos, proletarios y excluidos son contradictorias, complejas y a menudo confusas, pero avanzan, se transforman y se modernizan de maneras alternativas. No hay aquí una cultura sacrosanta ni una pureza idealizada, como pretenden algunos sectores de la izquierda que romantizan al proletariado o lo condenan por no encajar en sus expectativas de pureza revolucionaria. La riqueza de Polymarch y de la cultura popular que representa radica precisamente en su capacidad para escapar de los dictámenes tanto de la derecha elitista como de un izquierdismo que, en su dogmatismo, olvida la diversidad y la creatividad que florecen en los márgenes. Polymarch no solo resiste; crea, transforma y sueña futuros en cada beat y cada baile colectivo.

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