¿Por qué les incomoda el proletariado real? Una defensa sarcástica

¿Por qué les incomoda el proletariado real? Una defensa sarcástica





Ah, los progresistas, esos eternos defensores de lo políticamente correcto, los guardianes de la moralidad contemporánea. ¿Qué sería del mundo sin ellos para recordarnos que debemos separar la basura, usar pronombres inclusivos y jamás, pero jamás, cuestionar las estructuras que realmente sostienen el sistema? Y, por supuesto, entre sus mayores pesadillas, ahí está: el proletariado real, con sus prácticas vulgares, su insubordinación desordenada y, lo peor de todo, su absoluta falta de respeto por las reglas del juego civilizado.

Porque para el progre promedio, el proletariado debería ser algo así como un romántico obrero de mural de Diego Rivera: siempre trabajando duro, con la frente sudorosa y el corazón lleno de esperanza revolucionaria (pero no demasiada, no vaya a ser que eso implique violencia, ¿verdad?). En cambio, se encuentran con la cruda realidad: trabajadores que roban en sus lugares de empleo, que esquivan el pago de impuestos, que se saltan las filas, que piratean Netflix y, horror de horrores, ¡que no leen a Marx!

Y ahí están también los alternativos y escenistas, con sus discursos sobre la "decolonialidad", la "autenticidad" y el "cuidado". Adoran el concepto de comunidad siempre y cuando sea un grupo de personas tejiendo macramé mientras hablan de autocuidado. Pero, ¿qué pasa cuando esa comunidad proletaria está organizando un saqueo en un supermercado porque el salario no les alcanza? Ahí se acaba la poesía. "Eso no es resistencia, eso es vandalismo", claman indignados, mientras ajustan sus lentes redondos y toman un sorbo de kombucha artesanal.

Los identitaristas, esos expertos en desmenuzar las opresiones hasta convertirlas en hashtags, tampoco están cómodos con la delincuencia proletaria. Para ellos, el proletariado debería ser un sujeto puro y digno, siempre dispuesto a encarnar la intersección perfecta de todas las luchas. Pero la realidad es mucho más incómoda: los proletarios reales pueden ser groseros, desalineados y, para colmo, no tener idea de qué significa la palabra "interseccionalidad". Y si un proletario roba, ¿cómo lo justifican? No hay teoría identitaria que aguante un "me lo llevé porque lo necesitaba". Eso rompe el guion.


Y luego están los subjetivistas, los eternos filósofos de café. Para ellos, todo es una cuestión de narrativa. "El proletariado debe contar su propia historia", dicen, mientras escriben un ensayo de tres mil palabras sobre cómo el robo en un Oxxo simboliza la pérdida de la subjetividad bajo el capitalismo tardío. Pero cuidado, que no lo hagan demasiado seguido, no vaya a ser que la policía llegue a desalojar su centro cultural autogestionado. La praxis proletaria les sirve para el análisis, pero sólo desde lejos, como un animal salvaje que se estudia en su hábitat.

Y los escenistas, ¡ay, los escenistas! Para ellos, el proletariado es una estética más que una realidad. Adoran las fotos en blanco y negro de huelgas de principios del siglo XX, las paredes llenas de graffiti, las canciones de protesta. Pero cuando el proletariado real rompe esa estética (digamos, usando TikTok para presumir lo que se llevaron de un saqueo), se vuelven puristas. "Eso no es revolución, eso es degeneración", dirán con cara de asco, mientras cuelgan una nueva ilustración de un obrero idealizado en su perfil de Instagram.

En el fondo, todos estos grupos comparten algo: un profundo rechazo a lo que el proletariado realmente es. Les encantaría que fuera una abstracción, un símbolo, una inspiración. Pero cuando el proletariado toma forma humana, con todas sus contradicciones, sus actos impulsivos, su capacidad de desobedecer incluso las normas revolucionarias, se sienten traicionados. Porque el proletariado real no busca cumplir expectativas ni encajar en narrativas cómodas. Es incómodo porque actúa desde la necesidad, desde el deseo, desde la furia. Y eso no tiene nada de estético, discursivo o políticamente correcto.

Entonces, ¿por qué les incomoda tanto? Porque el proletariado real les recuerda algo que prefieren olvidar: que el cambio no llega con buenas intenciones ni con discursos cuidadosamente redactados, sino con actos que desbordan los márgenes de lo permitido. ¿Y quién quiere enfrentar esa verdad cuando es más fácil seguir compartiendo memes revolucionarios?

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