La amistad, Comunismo y Conversación Infinita: Una Perspectiva Intransigente en Tiempos de Crisis

 La amistad, Comunismo y Conversación Infinita: Una Perspectiva Intransigente en Tiempos de Crisis






1. La Amistad como Espacio de la Conversación Infinita

Maurice Blanchot, en La amistad y La conversación infinita, nos habla de la amistad como un espacio de reconocimiento mutuo que no se reduce a la pertenencia o la posesión del otro, sino a la apertura de una relación sin clausura, un movimiento sin fin. En este sentido, la conversación entre amigos es un flujo que no busca conclusiones definitivas, sino que mantiene viva la posibilidad del pensamiento, la imaginación y la disputa fraterna.
En tiempos de radicalización de las derechas y confusión de la izquierda, cuando los discursos parecen cerrarse en identidades rígidas o en cinismos paralizantes, la amistad aparece como una forma de resistencia. No se trata de una resistencia moral, sino de la creación de espacios donde lo político no sea solo confrontación con el enemigo, sino también exploración del posible. Es en la conversación infinita donde se mantiene abierta la pregunta sobre qué significa ser comunista hoy, sin caer en el fetichismo de las palabras ni en la instrumentalización vacía del pasado.

2. Comunismo: Más que una Idea, una Práctica de Encuentro

El comunismo, cuando se despoja de su carácter programático o de su conversión en consigna, es una experiencia de la inmanencia de lo común. Georges Bataille entendía la comunidad no como una entidad dada, sino como un exceso, una zona donde el individuo se desborda y se encuentra en el otro sin necesidad de fusión o subordinación.
En una época donde la izquierda se fragmenta entre una defensa de los derechos dentro del capitalismo y una nostalgia paralizante por pasadas formas de lucha, la conversación comunista no puede limitarse a gestionar lo existente ni a idealizar lo perdido. La amistad, en su carácter intempestivo, nos recuerda que lo común no es una esencia sino una posibilidad en construcción. No se trata de organizar a las masas desde una vanguardia iluminada, sino de sostener la conversación comunista allí donde se resiste la mercantilización total de la vida.

3. Contra la Confusión de la Izquierda y la Radicalización de la Derecha

La confusión de la izquierda se debe, en gran medida, a su miedo a ser intransigente. En su afán de ser inclusiva y plural, ha terminado muchas veces por ser incapaz de marcar límites claros con el capital, con las formas reformistas que lo sostienen y con las lógicas de poder que lo perpetúan. La derecha, en cambio, no ha dudado en radicalizarse, en construir relatos unificadores y en presentarse como el polo de certeza en un mundo incierto.
Tener una perspectiva comunista intransigente no significa cerrarse a la diferencia, sino afirmar que hay verdades que no pueden negociarse. En tiempos donde todo se vuelve opinión, donde el mercado de ideas se rige por la espectacularización y la viralidad, mantener abierta la conversación infinita no es ser relativista, sino sostener la posibilidad de una verdad en común que no se cierra en dogmas, pero tampoco se disuelve en la indiferencia.

4. Comunismo y Conversación como Horizontes de la Experiencia

En Egress, Matt Colquhoun retoma la importancia de Mark Fisher en la construcción de espacios donde la desesperación no se convierta en resignación, sino en una forma de buscar salidas. Fisher entendía que el capitalismo no solo expropiaba los bienes materiales, sino también el tiempo, la imaginación y la posibilidad de pensar más allá de lo dado. La conversación infinita es una forma de recuperar ese tiempo, de abrir espacios donde lo común se construya no solo como programa, sino como práctica diaria.
La amistad, en este sentido, es comunista porque resiste la lógica del intercambio y la equivalencia; es una relación que no se basa en el cálculo, sino en la gratuidad de compartir el pensamiento, el tiempo y la vida. Frente a la atomización neoliberal, donde cada vínculo es instrumentalizado y cada conversación es medida en términos de utilidad, la amistad comunista es un gesto de insumisión.

5. Por una Intransigencia de lo Común

Si la izquierda quiere salir de su parálisis, debe reaprender a ser intransigente en aquello que realmente importa: la abolición del capital, la negación de la explotación y la construcción de lo común. Pero esta intransigencia no puede ser una simple negación, sino la apertura de un horizonte donde la conversación comunista se mantenga viva, sin miedo a la diferencia, pero sin perder la claridad de su propósito.
En tiempos de oscuridad, cuando la reacción se presenta como única salida, la amistad comunista y la conversación infinita no son un lujo ni un refugio estético, sino la condición misma de la posibilidad de otra vida.

6. La Amistad como Insurrección Silenciosa

Si la amistad comunista es una resistencia contra la lógica del capital, también es una insurrección silenciosa contra el tiempo muerto del capitalismo. En un mundo donde todo debe ser productivo, donde cada interacción está mediada por el rendimiento y la acumulación, detenerse a conversar sin otra finalidad que sostener la posibilidad de lo común es un acto de insumisión.
Maurice Blanchot entendía la amistad como una relación que no se agota en el reconocimiento mutuo, sino que se sostiene en la interrupción: el amigo no es aquel con quien se coincide en todo, sino aquel que permite una apertura infinita, una diferencia que no es obstáculo sino impulso. En este sentido, la conversación infinita es la estructura misma de la amistad comunista: no una identidad cerrada, sino una comunidad en constante redefinición, un espacio donde lo posible se explora sin rendirse ante la lógica del presente.
En una época donde la izquierda teme al desacuerdo interno y la derecha lo instrumentaliza para presentarse como un bloque homogéneo, recuperar la amistad como insurrección silenciosa es fundamental. No se trata de uniformar la militancia ni de evitar el conflicto, sino de sostenerlo en el plano de la posibilidad y no en el de la fragmentación definitiva. La conversación infinita no es un espacio donde todas las ideas son igualmente válidas, sino donde la verdad comunista puede afilarse en el contacto con la diferencia.

7. Comunismo, Melancolía y la Necesidad de una Nueva Intransigencia

Matt Colquhoun, en Egress, analiza el duelo y la melancolía como afectos que pueden ser productivos o paralizantes. Mark Fisher entendía la nostalgia como una trampa si se convertía en un refugio estético sin potencia transformadora. En este sentido, la izquierda ha sido víctima de su propia melancolía: añorando un pasado revolucionario sin capacidad de actualizar su horizonte comunista.
Pero la melancolía no debe ser un freno, sino un punto de partida. Walter Benjamin hablaba del materialista histórico como aquel que “cepilla la historia a contrapelo”, buscando en el pasado no una vuelta a lo mismo, sino chispazos que iluminen un futuro posible. La intransigencia comunista de la que hablamos aquí no es dogmática ni nostálgica, sino una negativa radical a aceptar que lo que hay es lo único posible.
La derecha ha entendido mejor que la izquierda el poder de la imaginación política, aunque la ha usado para construir mitologías reaccionarias, sueños de supremacía racial y paranoia identitaria. Frente a esto, el comunismo debe recuperar su propio imaginario, pero no desde la nostalgia, sino desde la posibilidad de la ruptura. La conversación infinita es el espacio donde esa imaginación se mantiene viva, donde el duelo por lo perdido no se convierte en resignación, sino en búsqueda de salidas.

8. Comunismo Intransigente: Más Allá del Programa, Más Allá de la Identidad

Ser comunista hoy no significa aferrarse a un programa cerrado ni definirse por una identidad fija. La intransigencia de la que hablamos aquí no es la de la rigidez ideológica, sino la de la negativa absoluta a aceptar que el mundo debe seguir como está. Es la intransigencia del pensamiento que no se deja domesticar por el realismo capitalista, la intransigencia de la amistad que no se convierte en red de contactos, la intransigencia de la conversación que no se pliega a la utilidad inmediata.
En tiempos de crisis, cuando la confusión se vuelve norma, la tentación de la certeza absoluta es grande. La derecha ofrece soluciones simplistas a problemas complejos y la izquierda, en su miedo a parecer dogmática, se vuelve incapaz de afirmar con claridad sus principios. Pero no hay nada más peligroso en tiempos de reacción que una izquierda temerosa de afirmar lo que realmente quiere.
El comunismo intransigente no significa cerrar la posibilidad de debate, sino abrirlo en la dirección correcta. Significa rechazar la moderación que convierte a la política en una administración de lo dado y afirmar que la lucha comunista no es una opinión entre otras, sino la única salida realista a la catástrofe capitalista. La conversación infinita no es un juego de palabras sin consecuencias, sino el espacio donde el comunismo puede redefinirse sin traicionarse.

9. La Amistad, la Conversación y la Ruptura

La amistad comunista no es un refugio sentimental ni un consuelo ante la derrota. Es una práctica política en sí misma, un espacio donde la conversación infinita mantiene viva la posibilidad de otro mundo. En tiempos de radicalización de la derecha y confusión de la izquierda, mantener estos espacios es más urgente que nunca.
Ser comunista hoy no significa solo luchar contra la explotación económica, sino también contra la captura de nuestra imaginación, contra la privatización de la conversación, contra la lógica que convierte cada vínculo en un medio para otra cosa. La amistad comunista, en su gratuidad y su intransigencia, es ya un embrión de lo que vendrá.
No se trata solo de resistir. Se trata de seguir conversando, seguir imaginando, seguir construyendo lo común. Porque en la conversación infinita, en la amistad que no se pliega a la lógica del mercado, en la negativa radical a aceptar este mundo como el único posible, el comunismo sigue siendo real.

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