¡Produce o perece! La debilidad masculina bajo el capital: virilismo, trabajo y lucha de clases

 ¡Produce o perece! La debilidad masculina bajo el capital: virilismo, trabajo y lucha de clases.





 

El capitalismo ha forjado una construcción específica de la masculinidad: la del sujeto fuerte, productivo y dominante. Esta figura se edifica sobre la ley del valor, sobre la necesidad de transformar al hombre en un engranaje más de la maquinaria de producción y reproducción del capital. El patriarcado, lejos de ser una estructura separada, se entrelaza con el modo de producción capitalista, generando una masculinidad funcional a la explotación y a la acumulación.
El virilismo intermachista es la forma en que la masculinidad se reproduce en la competencia y en la guerra simbólica entre los propios hombres. Se espera que el varón encarne la fuerza, la resistencia y la productividad inquebrantable. La precarización laboral, el desempleo y la proletarización no solo afectan las condiciones materiales de vida, sino que también generan crisis de identidad en quienes han sido socializados en la idea de que su valor depende de su capacidad de generar riqueza y dominio.
Pero no todos los hombres somos hegemónicos bajo la ley del valor. Existen masculinidades que no encajan en el molde de la virilidad dominante, que han sido excluidas o degradadas en las relaciones de producción. Los hombres deprimidos, los enfermos, los neurodivergentes, los desempleados crónicos, los precarizados, los racializados, los disidentes de género, los discapacitados, los migrantes empobrecidos, los encarcelados, los expulsados del orden de producción y reproducción. Todos aquellos que, por no poder o no querer responder al mandato de la masculinidad funcional al capital, han sido marginados, segregados y condenados al abandono estructural.
El capital nos quiere fuertes para explotar nuestro cuerpo y nuestra mente, pero cuando nos quebramos, nos desecha. Nos exige producción constante, pero cuando nuestras enfermedades mentales, nuestras crisis nerviosas o nuestra incapacidad de sostener el ritmo productivo nos convierten en sujetos no rentables, nos expulsa. Este no es solo un problema individual, es una estructura de dominación que se sostiene sobre la explotación del trabajo y sobre la necesidad de fabricar sujetos dóciles a sus ritmos.
Por eso, al menos, hay que darle guerra al mundo de la mercancía en la guerra de clases. Pese a la depresión, pese a las deformaciones que nos han impuesto, pese a la precariedad y el dolor. Porque si el trabajo ha sido el pilar de nuestra opresión, su destrucción será la base de nuestra liberación. Romper con la producción, romper con la productividad, dejar de medirnos bajo los estándares del rendimiento. Destruir el patriarcado es también destruir la masculinidad capitalista y su mandato de dominación, resistencia incuestionable y fuerza inhumana. Se trata de abolir no solo el capital, sino las formas de subjetivación que este ha impuesto, para que ninguna identidad sea construida en función de su utilidad dentro del sistema de explotación.
Que la guerra de clases no sea solo una batalla por la redistribución de la riqueza, sino también por la destrucción de la masculinidad virilista, del trabajo como mandato, de la ley del valor como organizador de nuestras vidas y cuerpos. Porque la única masculinidad posible después del capital será aquella que no necesite serlo.

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