Campos de Exterminio en México: Burguesía, Narco y la Gestión de la Población Excedente

 

Campos de Exterminio en México: Burguesía, Narco y la Gestión de la Población Excedente







El hallazgo de crematorios clandestinos y fosas con cientos de cuerpos calcinados en Jalisco no es un hecho aislado, sino la expresión más brutal de la administración capitalista de la vida y la muerte. No estamos ante un simple fenómeno del crimen organizado, sino frente a la integración estructural del narco y la burguesía en una misma racionalidad económica: la gestión de la población excedente.

Desde una perspectiva crítica del capital, la eliminación sistemática de miles de personas en México responde a la necesidad del sistema de regular su propia crisis. La violencia extrema no es un desajuste ni un "Estado fallido", sino un dispositivo de reorganización social. La burguesía y el narco no son antagonistas, sino dos fracciones del mismo bloque dominante, que se reparten funciones en la administración de los territorios y las poblaciones. Mientras la burguesía expulsa a millones a la miseria con la precarización y la especulación financiera, el narco absorbe y desecha a aquellos que ya no pueden ser integrados en la reproducción del capital.

1. La violencia capitalista y la población excedente

En su análisis del capitalismo contemporáneo, Endnotes (véase Miseria y deuda) plantea que el sistema produce inevitablemente poblaciones que ya no pueden ser absorbidas en el proceso productivo ni integradas en el consumo. Son los desechos humanos del capital, aquellos que ya no tienen función económica ni política dentro de la sociedad. En México, esta población excedente no es simplemente abandonada: es gestionada activamente a través de la violencia.

Los crematorios clandestinos son la manifestación extrema de este proceso. La desaparición y el exterminio de cuerpos no solo responde a disputas entre cárteles o al ejercicio de un poder despótico del crimen organizado, sino a una lógica estructural donde la población sobrante es sistemáticamente eliminada. La clase dominante en México ha tercerizado la tarea de administrar estos desechos humanos al narco, que funciona como un dispositivo de regulación social paralelo al Estado.

2. Burguesía y narco: dos caras de la misma gestión capitalista

El capital no es un sistema puramente legalista y transparente. Su desarrollo siempre ha necesitado de formas de acumulación "informales", que en realidad son su reverso necesario. La burguesía no solo tolera al narco, sino que lo necesita. Los banqueros lavan su dinero, las empresas lo emplean para financiar megaproyectos y la clase política lo usa como un actor regulador de la población. En muchas regiones de México, el narco no solo ejerce el terror, sino que cumple las funciones de un gobierno paralelo, sustituyendo al Estado en la imposición del orden y la extracción de renta.

El capital siempre ha necesitado de una franja violenta que gestione lo que la legalidad no puede. A principios del capitalismo, esta función la cumplían los esclavistas, los colonizadores y los paramilitares que reprimían huelgas. Hoy, en la periferia del capital global, esa tarea recae sobre los cárteles, que funcionan como el brazo armado informal de la economía de mercado.

3. La eliminación de la población superficial

Endnotes distingue entre la población "excedente" (Endnotes, 2010), aquella que aún puede ser reabsorbida en condiciones de extrema precariedad, y la "población superficial", aquella que ni siquiera puede ser integrada en la economía informal o el trabajo precarizado. Esta última es la que llena las fosas en Jalisco, Guerrero y todo México. Son jóvenes desempleados, migrantes sin protección, trabajadores que no pueden sostenerse en la economía criminal ni en la formal, mujeres secuestradas y explotadas en la trata, campesinos expulsados de sus tierras por el capital extractivista.

Su destino no es la pobreza, sino el exterminio. En un sistema donde la vida solo tiene valor en tanto puede generar ganancia, la eliminación de la población superficial es una forma de depuración capitalista. No es una aberración del sistema, sino su continuidad lógica.

4. La fetichización de la violencia y la normalización del exterminio

La burguesía ha convertido la violencia narco en un espectáculo. Mientras la eliminación de la población superficial se lleva a cabo en el terreno, los medios de comunicación la transforman en mercancía, en entretenimiento morboso que oscurece la estructura económica detrás del fenómeno. Series, noticieros y redes sociales convierten la violencia en una mercancía de consumo masivo, generando una subjetividad resignada que normaliza el horror.

Pero no es solo un mecanismo ideológico. La violencia extrema también funciona como una pedagogía del terror: transmite el mensaje de que la disidencia es inviable, de que el poder no puede ser desafiado, de que la vida misma depende de la lealtad a las reglas del capital.

5. Contra la barbarie del capital, la resistencia de la memoria

Frente a esta racionalidad de la muerte, las únicas fuerzas que se le oponen no son el Estado ni las instituciones burguesas, sino las comunidades organizadas y las resistencias que desafían la lógica de la desaparición. Las madres buscadoras, los pueblos indígenas en defensa de su territorio, los colectivos de justicia, no solo luchan por la memoria, sino por la existencia misma de una alternativa a la máquina de exterminio.

La única forma de enfrentar la barbarie no es apelando a un Estado que ya es parte del problema, sino destruyendo la estructura que hace posible esta violencia. En otras palabras, el combate contra los crematorios clandestinos y los campos de exterminio en México no puede separarse del combate contra el capital en su totalidad. La barbarie no es una distorsión de la modernidad: es su producto inevitable.

6. El Estado no combate al narco, lo administra

Lejos de ser una entidad opuesta al crimen organizado, el Estado es su gestor y su cómplice. La relación entre políticos, empresarios y cárteles no es un fenómeno de corrupción aislada, sino una forma de gobierno que regula la acumulación y el control social a través de la violencia. En muchas regiones, la distinción entre fuerzas del orden y sicarios es prácticamente inexistente: las mismas instituciones que deberían garantizar la seguridad están integradas en la maquinaria del exterminio.

7. La violencia como forma de regulación territorial

El exterminio sistemático no solo busca eliminar cuerpos, sino también reconfigurar el control sobre el territorio. Allí donde la guerra entre cárteles y el desplazamiento forzado vacían comunidades, la acumulación capitalista avanza sin resistencia. Los crematorios clandestinos y las fosas comunes son el correlato de los megaproyectos mineros, de la gentrificación urbana y de la expansión de la agroindustria. La tierra no se libera para la gente, sino para el capital.

8. La necroeconomía es la fase avanzada del capitalismo en la periferia

Si en los centros financieros del capitalismo la acumulación se basa en la especulación y la hiperconectividad digital, en sus márgenes la economía se sostiene en la extracción y la muerte. La acumulación de capital en la periferia ya no solo explota a la fuerza de trabajo, sino que directamente elimina a quienes no pueden ser integrados. En este sentido, los hornos de Jalisco no son un exceso, sino una versión extrema de la racionalidad empresarial que rige el mundo.

9. La desaparición de cuerpos es también la desaparición de sujetos políticos

El exterminio no solo elimina individuos, sino que destruye la posibilidad de que se conviertan en actores colectivos. La dispersión de los restos, la calcinación de los cuerpos, la imposibilidad del duelo, todo apunta a borrar cualquier traza de identidad y resistencia. No basta con matar, hay que impedir que los muertos sean recordados, que sus nombres sean pronunciados, que sus historias puedan alimentar la lucha.

10. La única alternativa al exterminio es la abolición del capital

Mientras la economía se rija por la rentabilidad y el control social, la violencia no podrá ser erradicada. Las estrategias de derechos humanos y reformas institucionales solo administran el horror sin cuestionar su origen. No hay solución dentro del sistema: la única forma de detener la barbarie es desmontar el mecanismo que la produce. La lucha contra la violencia extrema no es una lucha moral, sino una lucha por destruir la estructura que la necesita para reproducirse.

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Referencias:

El texto citado lo pueden consultar en este link, es un escrito del número 2 de la revista del colectivo ENDNOTES: https://endnotes.org.uk/translations/endnotes-miseria-y-deuda

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