Comunismo, luchas inmediatas y vida cotidiana: una lectura desde la crítica del presente




Comunismo, luchas inmediatas y vida cotidiana: una lectura desde la crítica del presente


Las luchas inmediatas que atraviesan la vida cotidiana —por salario, vivienda, salud, tiempo, seguridad o descanso— no emergen desde un exterior del capital, ni tienden de forma automática a su superación. Se desarrollan dentro de una forma social que produce tanto las necesidades que se reclaman como los límites de su satisfacción. Se lucha para sobrevivir en una estructura que organiza la vida bajo la lógica del valor, el trabajo abstracto y la apropiación privada del tiempo social.

La vida cotidiana no es un espacio personal ni neutral: es el modo concreto en que se reproduce el capital. No se trata simplemente de una esfera domesticada por el mercado, sino del espacio donde se forman y reforman los sujetos, los afectos, las relaciones y los cuerpos en función de su utilidad, su rendimiento y su capacidad de ser valorizados. La precariedad, el endeudamiento, la fatiga, la competencia y el aislamiento no son disfunciones: son condiciones funcionales.

Hoy, el capital enfrenta límites materiales persistentes en la reproducción del trabajo. No porque haya sido reemplazado por nuevas formas simbólicas o digitales, sino porque la acumulación depende de procesos que tienden a expulsar fuerza de trabajo de los circuitos productivos, sin garantizar su reintegración en otras formas de valorización. Automatización, reorganización logística, financiarización y trabajo en plataformas modifican las formas de explotación sin superarlas.

No se trata de un colapso, sino de una reorganización contradictoria, donde la centralidad del trabajo se mantiene como relación social fundamental, pero cada vez menos capaz de sostener la integración social en términos amplios. Esto genera una masa creciente de población excedente, que no desaparece sino que es gestionada: en la informalidad, la asistencia mínima, la violencia estatal, el control territorial o el encierro. No hay un afuera, pero tampoco hay inclusión generalizada.

En este escenario, el interclasismo no opera como ideología en sentido estricto, sino como forma social ambigua que emerge en la descomposición relativa de la relación de clases. No porque las clases desaparezcan, sino porque se vuelven inestables, difusas, mezcladas, sin límites funcionales claros. La figura del sujeto interclasista —que a la vez trabaja, vigila, emprende, consume, administra y se precariza— expresa esa ambivalencia, no como síntoma de emancipación, sino como reorganización del mando capitalista sobre la vida.

Las luchas inmediatas, en este marco, no son despreciables ni inútiles. Son formas reales de enfrentar lo que ya no se tolera, pero también están constreñidas por los marcos que buscan preservar. Se lucha por seguir viviendo, pero vivir sigue significando reproducir relaciones de dependencia, explotación y sujeción. La contradicción está en que incluso los triunfos parciales se inscriben dentro de una reproducción degradada.

No hay garantías ni modelos. Pero sí hay rechazos, repliegues, negaciones, interrupciones. No como política organizada, sino como síntomas materiales de una incompatibilidad creciente entre lo que se necesita para vivir y lo que el capital está dispuesto a permitir. El comunismo, en este sentido, no aparece como plan, identidad o destino, sino como el nombre de esa incompatibilidad: como ruptura con una forma de vida que no se elige, pero que se sigue reproduciendo bajo coacción.

No es un colapso lo que se espera. Es la posibilidad de que, en medio de las luchas inmediatas, se abra el conflicto no por la mejora de esta vida, sino por su superación como forma impuesta.

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