Interclasismo y lucha de clases: la conciliación como forma de la derrota

 

Notas sobre el Interclasismo y lucha de clases I : la conciliación como forma de la derrota





En el corazón de la crítica revolucionaria del capitalismo se encuentra la lucha de clases: el conflicto irreconciliable entre quienes detentan los medios de producción y quienes sólo poseen su fuerza de trabajo. Esta contradicción estructural no es un accidente ni una anomalía, sino la lógica constitutiva del modo de producción capitalista. Toda forma de mediación, toda ilusión de armonía, toda apelación a la unidad “nacional” o “popular” por encima de las clases, no es más que una estrategia —consciente o no— para desactivar esta contradicción. A esto se le llama interclasismo.

El interclasismo es la ideología de la conciliación. Propone que es posible reunir en un mismo proyecto político, social o económico a clases con intereses antagónicos. Lo hace bajo la forma de frentes amplios, pactos sociales, gobiernos de unidad o discursos patrióticos que borran las divisiones de clase en nombre de un bien común abstracto. Pero lo común, en una sociedad de clases, está definido por la dominación. Y quien define ese “bien común” suele ser la clase dominante.

Históricamente, el interclasismo ha servido como tapón a los procesos revolucionarios. Desde la traición socialdemócrata en la Primera Guerra Mundial, hasta los frentes populares que desarmaron al proletariado en España, pasando por los populismos que ofrecieron inclusión simbólica a cambio de desarme material. Cada vez que la clase trabajadora ha intentado actuar como sujeto histórico autónomo, ha encontrado frente a sí no sólo la represión del capital, sino también la trampa interclasista: la voz que le dice que no debe luchar como clase, que debe esperar, negociar, pactar.

Pero el capital no pacta: se reorganiza. Y el proletariado, al abandonar su terreno propio —la lucha de clases sin mediación—, se disuelve como fuerza histórica. El interclasismo no es sólo una estrategia ajena a los intereses del proletariado: es una forma de contrarrevolución. Lo es cuando toma la forma de sindicatos colaboracionistas, de partidos que llaman a la ciudadanía pero no a la abolición de las clases, de programas que hablan de justicia social sin tocar la propiedad ni la producción.

La lucha de clases no es un fetiche dogmático, sino la expresión real de las contradicciones materiales. No puede resolverse por el consenso, porque el consenso bajo el capital es una forma de coacción. Frente al interclasismo, lo que se requiere no es la unidad artificial de todos contra nadie, sino la ruptura concreta del proletariado con todas las formas políticas, sindicales, estatales o ideológicas que lo subordinan. Sólo en esa separación —dolorosa, conflictiva, radical— puede empezar el camino hacia la abolición de las clases y, con ello, hacia la emancipación humana.

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