Contra el fetiche del líder, el trabajo y el oportunismo: Bordiga en el siglo XXI
Estos textos los publiqué originalmente en mi página de Facebook, como intervenciones breves pero contundentes sobre temas que considero esenciales para la crítica comunista radical. Al releerlos, me pareció que valía la pena recopilarlos y ponerlos aquí en el blog, para que queden accesibles de forma más ordenada y permanente.
En conjunto, abordan tres ejes centrales del pensamiento de Amadeo Bordiga:
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La crítica al culto a la personalidad dentro del movimiento comunista, entendido como una forma política del fetichismo análoga al fetichismo de la mercancía y a la religión.
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La abolición del valor y del trabajo como núcleo innegociable de una revolución comunista auténtica, contra el socialismo reformista y el obrerismo vulgar.
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La defensa de Lenin frente a la manipulación oportunista, denunciando el uso tergiversado de sus textos para justificar la adaptación al orden burgués.
Bordiga no ofrece un comunismo administrado por líderes carismáticos, parlamentos o Estados obreros ficticios, sino una comunidad humana liberada de toda forma alienada. Su programa —impersonal, colectivo e histórico— es una invitación a romper con las formas degradadas de la política y a pensar la revolución como negación total del capital.
Contra el mito del dirigente: Amadeo Bordiga, el culto a la personalidad y el fetichismo político
Este ensayo aborda la crítica radical de Amadeo Bordiga al culto a la personalidad dentro del movimiento comunista, especialmente a partir de la degeneración burocrática de la Revolución Rusa. Para Bordiga, dicha personalización del poder es incompatible con la forma comunista de organización, y debe entenderse como una manifestación del fetichismo político, análogo al fetichismo de la mercancía y al pensamiento religioso. Su postura se articula con una crítica de la forma partido cuando ésta se subordina al Estado, y con una defensa de la impersonalidad revolucionaria como condición para la dictadura del programa. Complementamos este análisis con referencias a la crítica de la forma valor, y a lecturas contemporáneas como Jacques Camatte, quien sistematiza la crítica bordiguista a toda forma de mediación fetichista, incluida la del líder carismático. 1. El culto al líder como forma contrarrevolucionaria
El culto a la personalidad ha sido uno de los elementos más visibles en los procesos de burocratización de los movimientos comunistas del siglo XX, con el estalinismo como su forma más paradigmática. Frente a la exaltación del líder como figura sagrada o genial, Amadeo Bordiga sostuvo una posición intransigente: el comunismo no necesita jefes, sino contenido histórico programático. Su crítica no se reducía a Stalin como individuo, sino que apuntaba al proceso estructural de fetichización política por el cual el contenido comunista se subsume en formas burguesas.
Como expresó en sus intervenciones tras la muerte de Stalin, la adoración del dirigente era el resultado de una revolución fallida:
“El culto al Jefe, el culto a la personalidad, no divina sino humana, es un estupefaciente social aún peor, que nosotros definimos como cocaína del proletariado [...] Después de una breve exaltación patológica de energías, sobreviene la postración crónica y el colapso” (Bordiga, El guiñol en la historia, citado en Guillamón, 2020, p. 98).
2. Partido histórico vs partido formal: impersonalidad y programa
Bordiga elaboró una distinción fundamental entre el partido formal (la organización histórica contingente) y el partido histórico (la continuidad impersonal del programa revolucionario). El culto al líder surge cuando el partido formal, desconectado del contenido comunista, se convierte en un aparato político adaptado a la lógica del Estado, necesitado de representación, dirección y personalización. Para Bordiga, el partido debe ser impersonal, anónimo, indiferente a los individuos que lo componen:
“El comunismo no es una creación de un individuo ni de un genio. Es el resultado histórico necesario del desarrollo de las contradicciones del capital” (Bordiga, citado en Camatte, 1972, p. 43).
Por ello Bordiga rehuyó durante décadas firmar sus propios textos, y exigía que la producción teórica fuese siempre colectiva y anónima. La fetichización del líder es, entonces, una traición doble: al carácter colectivo del proceso revolucionario y a la invariancia del programa comunista.
3. El culto a la personalidad como forma política del fetichismo
Bordiga recupera —aunque no de forma sistemática— la categoría de fetichismo que Marx desarrolla en El capital. Allí, Marx describe cómo las relaciones sociales entre personas aparecen como relaciones entre cosas, y cómo el valor se presenta como una “propiedad natural” de las mercancías (Marx, 1867/2011). En su crítica al estalinismo, Bordiga asume una lógica análoga: la relación política revolucionaria es sustituida por una relación espectral con el dirigente.
En este sentido, el líder carismático funciona como el dinero en el mercado: representa de forma mistificada la totalidad de la organización. En lugar de relaciones reales entre militantes, surge una relación alienada con una figura. Como el fetiche religioso o la mercancía, el líder oculta su propia génesis y aparece como portador de un poder natural.
4. Religión, líder y alienación
En su texto Iglesia y fe, individuo y razón, clase y teoría (1950), Bordiga aborda directamente la relación entre pensamiento religioso, individualismo y subordinación de clase. Denuncia el papel ideológico de la religión como forma de interiorización pasiva de la dominación. El culto a la personalidad funciona como una religión política secularizada, en la que el dirigente es el nuevo redentor, y su palabra el nuevo dogma:
“La religión ha sido un sistema de sumisión, de justificación de la explotación, una proyección ilusoria del orden social existente” (Bordiga, 1950/2023, párr. 6).
Esta lógica se traslada al comunismo degenerado, donde el dirigente sustituye al contenido programático. La obediencia, la fe ciega, la devoción, son formas religiosas adaptadas a una forma partido que ya no actúa como negación del capital, sino como su mediación política.
5. La crítica del valor como clave para entender el culto al líder
La crítica contemporánea de la forma valor, desarrollada por autores como Robert Kurz, Moishe Postone o Jacques Camatte, permite comprender que el culto al líder no es un residuo arcaico, sino una forma moderna de mediación abstracta. En el capitalismo, las relaciones sociales son estructuradas por abstracciones reales (valor, trabajo abstracto, dinero), y la política reproduce estas abstracciones en forma de representación, voto, liderazgo.
Camatte (1972), discípulo de Bordiga, argumenta que la organización comunista debe superar no solo la economía capitalista, sino también todas sus formas de alienación subjetiva: propiedad, familia, Estado, individuo y jefe. En Bordiga y la pasión del comunismo, escribe:
“El jefe carismático no es un accidente, sino la expresión de una comunidad descompuesta, incapaz de pensarse sin un representante externo [...] La abolición del jefe va de la mano con la abolición del valor” (Camatte, 1972, p. 60).
6. Sin jefes, sin Estado, sin valor
Para Bordiga, el comunismo no es la administración popular del Estado, ni el liderazgo de una vanguardia genial, sino la abolición de todas las formas alienadas de la vida social: mercancía, dinero, trabajo, representación, religión, Estado y dirigente. El culto a la personalidad no es una “desviación” del comunismo, sino el signo de su fracaso histórico momentáneo.
Frente a la lógica del liderazgo, Bordiga propone una política sin nombres, sin biografías, sin redentores. Sólo así podrá surgir una comunidad comunista, donde el contenido histórico del programa no sea sustituido por figuras, voluntades o símbolos. El comunismo es impersonal, porque la emancipación humana no necesita portavoces, sino la destrucción de las formas sociales que los hacen necesarios.
Camatte, J. (1972). Bordiga et la passion du communisme. París: Spartacus.
Guillamón, A. (2020). Militancia y pensamiento político de Amadeo Bordiga (1910–1930), Vol. II. Barcelona: El Salariado.
Marx, K. (2011). El capital. Crítica de la economía política, Vol. I. México: Siglo XXI. (Original 1867).
Bordiga y la Abolición del Valor y el Trabajo
Amadeo Bordiga, una de las figuras más radicales y sistemáticas del marxismo, dedicó su pensamiento a identificar las raíces estructurales del capitalismo y las condiciones necesarias para su abolición. Para Bordiga, estas raíces se encuentran en las categorías del valor y del trabajo, cuya perpetuación reproduce inevitablemente la explotación y alienación propias del sistema capitalista. Este ensayo se centra en cómo Bordiga articuló la abolición del valor y del trabajo como el núcleo esencial del comunismo, criticando cualquier solución que no ataque directamente estas categorías fundamentales. El Valor como Núcleo del Capitalismo
Bordiga comprendió que el valor no es simplemente una abstracción económica, sino la forma concreta en la que el capitalismo organiza la producción y las relaciones sociales. Según Bordiga:
“El valor no es un objeto, sino una relación social que refleja la medida en que el trabajo humano ha sido transformado en trabajo abstracto, alienado de sus características concretas y reducido a un medio de acumulación del capital.”
Para Bordiga, esta relación no puede ser superada mediante reformas dentro del capitalismo ni mediante una redistribución de la riqueza. La abolición del valor implica una revolución que destruya las bases mismas del sistema mercantil, eliminando no solo el dinero y el mercado, sino también la lógica que convierte el trabajo humano en una mercancía.
El Trabajo como Forma de Alienación
En su crítica al trabajo, Bordiga rechazó las interpretaciones que glorifican al proletariado como portador de una esencia universal vinculada al trabajo. Para él, el trabajo bajo el capitalismo no es una actividad creadora, sino el medio por el cual el capital perpetúa la alienación. Bordiga escribe:
“El comunismo no es la liberación del trabajo, sino la liberación del hombre del trabajo, porque este no es más que el vínculo mediante el cual el hombre se somete a las necesidades del capital.”
La abolición del trabajo no significa simplemente reducir la jornada laboral o mejorar las condiciones de empleo, sino destruir el trabajo asalariado como categoría y forma de existencia alienada. En este sentido, Bordiga rechaza tanto el obrerismo vulgar como las propuestas reformistas que buscan dignificar el trabajo en lugar de abolirlo.
Abolición del Valor y del Trabajo
La propuesta de Bordiga para abolir el valor y el trabajo es una crítica total al capitalismo y a las formas más tradicionales de socialismo que no cuestionan estas categorías. Para él, el comunismo implica:
Eliminación del mercado y del dinero:
“En el comunismo, no habrá lugar para el intercambio ni para la medición de las actividades humanas en términos de equivalentes abstractos como el dinero. Toda producción será directamente social.”
Supresión del trabajo asalariado:
“El trabajo dejará de ser una mercancía. La actividad humana ya no se verá determinada por el tiempo de trabajo, sino por las necesidades colectivas y la libre asociación.”
Desaparición de la división social del trabajo:
“El comunismo no perpetúa la separación entre quien piensa y quien ejecuta, entre el productor y el consumidor. Esa separación es una herencia de la sociedad de clases y debe desaparecer.”
Bordiga subraya que estas transformaciones no son etapas graduales dentro de una transición prolongada, sino condiciones inmediatas de una revolución comunista auténtica.
Crítica al Socialismo Reformista
Bordiga es enfático en su rechazo a las formas de socialismo que no rompen con las categorías del valor y del trabajo. Acusa a estas corrientes de perpetuar el capitalismo bajo una apariencia distinta:
“El socialismo que conserva el trabajo asalariado, aunque sea bajo control estatal, y mantiene la producción mercantil, no es más que capitalismo con otro rostro. No se puede gestionar el capital; se lo debe destruir.”
Esta crítica se extiende a las experiencias históricas del socialismo real, que Bordiga anticipa como incapaces de superar las relaciones capitalistas debido a su aceptación del trabajo asalariado y la producción de valor.
Actualidad del Pensamiento de Bordiga
Las ideas de Bordiga resuenan con fuerza en el contexto contemporáneo, donde la automatización, lejos de liberar al ser humano del trabajo, se utiliza para intensificar la explotación. Su insistencia en la abolición del valor y del trabajo ofrece una perspectiva única frente a las soluciones parciales que ignoran las raíces estructurales del capitalismo.
“La verdadera libertad no llegará mientras las actividades humanas estén subordinadas a la lógica del valor. Solo cuando el trabajo deje de ser la medida de la riqueza, la humanidad podrá alcanzar su plena emancipación.”
Amadeo Bordiga representa una visión radical del comunismo como la destrucción absoluta del valor y del trabajo, categorías que no solo organizan el capitalismo, sino que perpetúan la alienación y la explotación humanas. En su pensamiento, la revolución no es una negociación con el capital, sino su negación total.
Frente a un mundo donde el trabajo y el valor parecen inevitables, Bordiga nos invita a imaginar una humanidad libre de estas cadenas. Su propuesta nos recuerda que el comunismo no es una gestión mejorada del capitalismo, sino su extinción como sistema de relaciones sociales.
Bordiga, Amadeo. El Partido y la Revolución.
Bordiga, Amadeo. Fundamentos del Comunismo Revolucionario.
Bordiga, Amadeo. “Tesis sobre la Revolución”.
Bordiga y Lenin contra la carroña oportunista
La crítica feroz que Amadeo Bordiga lanza en 1960 contra el uso bastardizado del texto de Lenin La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo no es una querella secundaria dentro del comunismo histórico. Es, en realidad, una advertencia crucial para toda teoría y praxis revolucionaria: los textos fundacionales pueden convertirse en fetiches funcionales al enemigo cuando son descontextualizados y utilizados como armas contra el impulso comunista real. Bordiga no ataca a Lenin, sino a quienes lo invocan para justificar la traición. Denuncia cómo ese panfleto, escrito por Lenin en 1920 para combatir ciertas desviaciones ultraizquierdistas en un contexto de insurrección mundial, fue convertido —por socialdemócratas reciclados, estalinistas fósiles y revisionistas de todo tipo— en una coartada para legitimar el parlamentarismo, el colaboracionismo de clase y la asfixia del movimiento proletario dentro de las formas del Estado burgués.
Lenin, al igual que Bordiga, nunca fue un pragmático reformista: su análisis sobre la táctica no se puede escindir de la estrategia revolucionaria. Su crítica al "izquierdismo infantil" no era una renuncia al comunismo, sino una advertencia táctica desde la línea de fuego. Para Lenin, la participación parlamentaria en ciertos momentos no era un valor en sí mismo, sino un movimiento subordinado a la destrucción de la máquina estatal. Quienes lo leen como una concesión permanente al orden burgués son, en palabras de Bordiga, "carroña oportunista", cadáveres de la historia que parasitan los restos de la revolución para seguir dirigiendo fábricas, ministerios o partidos sin alma.
Reivindicar a Bordiga es reivindicar la fidelidad absoluta a la invariancia del comunismo como proyecto histórico del proletariado por abolir el capital, el trabajo asalariado, el Estado, el dinero y toda forma de dominación. Reivindicar a Lenin no es aceptar sus textos como dogmas tácticos congelados, sino comprenderlos como intervenciones concretas en el tiempo y el espacio de la lucha de clases, inseparables de su horizonte final: la dictadura del proletariado como destrucción radical de las clases y el Estado.
La alianza entre Bordiga y Lenin, más allá de sus diferencias, reside en su común enemigo: el oportunismo. Ambos sabían que el comunismo no nace de la adaptación al capital, sino de su negación radical. Cuando Bordiga denuncia que el texto de Lenin ha sido “el más utilizado y falsificado por todas las carroñas oportunistas”, está defendiendo no a un hombre, sino a la posibilidad misma de la revolución.
Hoy, frente al reciclaje de viejas tácticas fracasadas bajo nuevas máscaras progresistas, recuperar la radicalidad comunista de Lenin y la intransigencia teórica de Bordiga no es arqueología revolucionaria, sino necesidad política.
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