Reflexiones Nomadas I: El Espíritu del Postpunk. Dialéctica de la Contracultura en México

 Reflexiones Nomadas I: El Espíritu del Postpunk. Dialéctica de la Contracultura en México





En el trasfondo de los años oscuros de la modernidad tardía, cuando la razón ilustrada se ha degradado en cálculo instrumental y la historia parece girar en círculos vacíos, emerge el espíritu del postpunk como figura espectral que atraviesa los escombros de las promesas incumplidas. Este espíritu no es una moda ni un estilo musical: es la encarnación negativa del Espíritu absoluto en su fase de negación de la totalidad alienada. Su manifestación concreta en la contracultura mexicana no responde a una nostalgia o a una estética decadente, sino a una exigencia dialéctica: la de redimir el No de una generación condenada a la marginalidad ontológica.
En la dialéctica hegeliana, el Espíritu se despliega a través de sus contradicciones internas. El postpunk mexicano –como manifestación concreta del Espíritu– representa el momento de la autoconciencia desgarrada, un saber que sabe que no hay saber posible bajo las ruinas del PRI, el neoliberalismo y la estetización del narco como hegemonía cultural. En este sentido, los actos performativos de los grupos marginales de la Roma, la San Rafael, la Santa María o Ciudad Neza no son simples gestos estéticos, sino momentos del espíritu que se niega a reconciliarse con el orden establecido.
Así como la Fenomenología del Espíritu narra la travesía de la conciencia desde la certeza sensible hasta el saber absoluto, la contracultura mexicana postpunk narra la travesía de una generación desde el desencanto hacia la ironía trágica. No hay Aufhebung reconciliadora; lo que queda es un residuo, una negatividad persistente que no se deja sublimar. Cada acorde rasgado de Size, cada aullido de Década 2, cada grito fantasma en los foros de Tlatelolco, es la voz de una conciencia escindida que, al no encontrar lugar en la polis, funda su propio exilio interior.
El espíritu del postpunk en México es, entonces, el momento nocturno de la razón: una conciencia lúgubre, urbana, desplazada, pero radicalmente lúcida. Rechaza tanto el nacionalismo folclorizado como la modernidad desarrollista. No busca raíces, sino fracturas. No canta lo propio, sino lo impropio. En esa negatividad radical, el postpunk se vuelve fuerza espiritual: no como nueva doctrina, sino como anti-moraleja encarnada en cuerpos, drogas, performances y autodestrucción lúcida.
¿Y qué queda tras su paso? La contradicción sin resolución. El espíritu postpunk mexicano no funda una nueva síntesis, sino que revela la imposibilidad de ella. Como el esclavo que ha perdido el miedo a la muerte, esta conciencia no se somete. Se ríe del amo, se disuelve en la noche, escupe sobre la moral del trabajo y baila sobre las ruinas del sentido.
En esta negatividad viva, se aloja una promesa secreta: la de una redención futura que solo será posible si se escucha el eco de lo que este espíritu ya gritó. Como diría Hegel: la lechuza de Minerva levanta el vuelo al anochecer. Y en México, esa lechuza va vestida de negro, con una guitarra desafinada, y canta contra el mundo.

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